CARTA A
LOS JÓVENES HISTORIADORES DEL PROTESTANTISMO LATINOAMERICANO*
Por José
Míguez Bonino**
Un joven profesor de historia
comienza su curso sobre “Historia de la Iglesia” citando un párrafo de Rubem
Alves:
“El historiador así, es alguien que recupera memorias perdidas y las distribuye, como si fuera un sacramento, a aquellos que perdieron la memoria. En verdad, ¿qué mejor sacramento comunitario existe que las memorias de un pasado común, marcadas por la existencia del dolor, del sacrificio y de la esperanza? Recoger para distribuir. Él no es sólo un arqueólogo de memorias. Es un sembrador de visiones y de esperanzas. ...¿Puede un historiador ser objetivo y desapasionado? ¿No hace él sus investigaciones como alguien que busca una carta de amor perdida, carta que haría al amante feliz para siempre, como alguien que busca un testamento olvidado, testamento que haría rico al pobre que lo busca?”[1]
Tiene
razón. El protestantismo latinoamericano necesita desesperadamente esa carta,
esa herencia. Y la necesita especialmente en esta hora de crecimiento
acelerado, de renovación y fervor religioso, en un mundo al que parecen haber
“regresado” todos los dioses. Es preciso que, en esta hora, sepamos vincular
memoria y destino, recuerdo y esperanza, pasado y proyecto.
Lo
necesitamos los de la segunda y tercera generación, que habíamos oído
historias, que habíamos aprendido nombres, que habíamos incorporado
modalidades, que recordábamos anécdotas y juntándolas habíamos imaginado un
pasado heroico y ejemplar. Pero luego vino la toma de conciencia crítica, y la
memoria “inocente” del pasado se plagó de interrogantes hasta hacernos
descolgar los retratos de los antiguos héroes o denunciar como traiciones sus
testimonios. Y lo necesitan los millares que se incorporan a la familia
evangélica, que viven de una experiencia deslumbradora porque han encontrado
una vida nueva, han recibido un nuevo nombre y una nueva familia. Para ellos
llega la hora de darle a la experiencia la densidad de un patrimonio común de
recuerdos, de comprensiones, de ethos. Lo necesitan para que,
desde la novedad de su experiencia, rehagan como propia y nos ofrezcan de
vuelta a todos la historia de la comunidad a la que ingresaron.
Unos
y otros necesitamos a los historiadores para que nos permitan recuperar la
continuidad y sentido de las “historias”, entender la dirección y el propósito
de las “peculiaridades”, reconstruir el mundo en el que vivieron nuestros
padres para poder verlo; no sólo desde la distancia de nuestros propios códigos
ideológicos, sino desde la vida cotidiana de su propio tiempo.
Por
eso les pedimos que nos digan la verdad. No se asusten: sabemos que no son
neutrales; sabemos también que trabajan con trocitos de un rompecabezas y que
para relacionarlos tienen que imaginar la figura total. Háganlo con diligencia,
con paciencia, con humildad y con alegría. Más no les pedimos. Pero con menos
no podemos conformarnos.
Les
pedimos que trabajen juntos y unidos. Sabemos que surgirán líneas diferentes de
interpretación. Y que las defenderán apasionadamente. Esta bien que así sea.
Pero sabemos también que vivimos en un mundo de competencia y rivalidad: en el
mercado de los historiadores también se regatea, se da moneda falsa y se
desacredita el producto del vecino. Los necesitamos trabajando honestamente,
trabajando duro, y trabajando unidos; no como una “escuela” de historiadores, sino
con la libertad y el amor de un grupo de creyentes a los que el Espíritu les ha
dado un don “para la salud del cuerpo”.
Les
pedimos que trabajen con fe porque el terreno que pisan es sagrado. Por esos
caminos que ustedes descubren anduvo Jesucristo. Sobre esas tierras que
exploran sopló el Espíritu. Descubrirán las huellas de los peregrinos, las
reliquias de los mártires, los testimonios de los poetas y las “historias” de
los pequeños... ¡sobre todo las historias de los pequeños! Pero también excavarán
cuevas de corrupción, tendrán que descubrir los pies de barro de los héroes,
descifrarán las madejas de intrigas y luchas por el poder. Todo eso somos y
necesitamos saberlo, para dar gracias a Dios por un lado, pero también para
pedir perdón; para reconstruir sobre esas viejas historias nuestras liturgias ¾como en
los antiguos salmos¾ para
animarnos a añadir a esos testimonios los nuestros, a su invitación a la fe la
nuestra, para volver a implorar el soplo del Espíritu. Por todo eso damos
gracias a Dios por ustedes y les decimos que los necesitamos... aunque nuestras
actitudes, nuestras acciones... y sobre todo nuestros presupuestos a veces lo
nieguen.
©
Fraternidad Teológica Latinoamericana - www.fratela.org
Revista
electrónica Espacio de Diálogo, (Fraternidad Teológica Latinoamericana),
núm. 1, septiembre-diciembre del 2004, www.cenpromex.org.mx/revista_ftl/num_1
* En
ocasión de la formación de la “Comisión de Historia” de la Fraternidad Teológica
Latinoamericana. (En 1992, durante la realización de CLADE III en Quito,
Ecuador, se formó una Comisión de Historia de la FTL y es a la que el autor
hace referencia. Esta carta-mensaje del Dr. Míguez Bonino fue recibida en 1993
por el entonces coordinador de esta Comisión, Carlos Mondragón. ¾Nota de
los editores).
** Metodista
argentino y decano de los teólogos protestantes latinoamericanos. Vinculado a
la FTL desde su fundación en 1970 y a otros sectores del protestantismo
latinoamericano.
[1] Rubem
Alves, “Las ideas teológicas y sus caminos por los surcos institucionales del
protestantismo brasileño”, en Pablo Richard (editor), Historia de la
teología en América Latina, San José, CEHILA-DEI, 1981, pp. 363-364.