UNAMUNO Y LA INTELECTUALIDAD PROTESTANTE EN EL PERÚ: El caso de John A. Mackay (1916-1925)

 

Juan Fonseca Ariza*

FTL Perú

 

En 1918 un joven profesor escocés sustentaba una tesis doctoral sobre Miguel de Unamuno en la Universidad de San Marcos en Lima, señalando su profundo aprecio a “maestro tan eximio”, En 1946, en la misma casa de estudios, el mismo personaje daba una conferencia sobre la vigencia del notable pensador español, expresando, en términos más elocuentes, su admiración por él. En ese intervalo, el mencionado escocés escribió varios libros y artículos en los que siguió y aplicó los ideales unamunianos procurando, además, promoverlos entre sus lectores.

 

       Miguel de Unamuno, una de las figuras más eminentes de la Generación del 98, tuvo una notable influencia en Hispanoamérica a través de su impronta en numerosos intelectuales hispanoamericanos. Su presencia se evidenció en su relación con una notable cantidad de personajes de diversas procedencias y tendencias, así como en la impresión que sus obras causaron en muchos más. En el Perú, algunos ya han trabajado la fluida relación entre Unamuno y autores como Ricardo Palma[1] y Riva-Agüero.[2] Además, es conocida su huella en los modernistas (Clemente Palma, Chocano, López Albújar), en la generación del Novecientos y en la Generación del Centenario. En la década del 20 del siglo pasado, algunos artículos de las revistas Amauta y el Mercurio Peruano muestran también la presencia de Unamuno en sus páginas. Los escritos de Edwin Elmore, César Falcón, Mariátegui, Belaúnde, entre otros, lo evidencian.[3]

 

       Sin embargo, existen personajes dentro de ese período que no han sido debidamente estudiados. Uno de ellos es el escritor escocés al que hacíamos referencia al principio. El propósito de este trabajo es hacer un primer acercamiento a la influencia de Miguel de Unamuno en John A. Mackay, misionero escocés que radicó en el Perú entre 1916 a 1925. Mackay formó parte activa dentro de la intelectualidad peruana de la época, siendo, además, uno de los principales representantes del movimiento protestante en el Perú. En ese sentido, observaremos a Unamuno desde la perspectiva de Mackay. Nuestro objetivo es analizar la actitud de éste hacia aquél y cómo eso se expresó en su pensamiento y su acción, lo cual nos permitirá conocer, además, las primeras manifestaciones de pluralismo religioso en el Perú luego de la promulgación de la tolerancia de cultos en 1915.

 

 

Mackay en el Perú

John A. Mackay nació en Inverness, Escocia, en mayo de 1889, en el seno de una piadosa familia afiliada a la Iglesia Presbiteriana Libre. Luego de culminar sus estudios secundarios, ingresó al King’s College de la Universidad de Aberdeen para estudiar filosofía. Ya convencido de su vocación religiosa, y gracias a una beca, viajó al Seminario Presbiteriano de Princeton, New Jersey (EE.UU.) para seguir estudios teológicos. En 1915, culminados éstos, realizó una gira exploratoria por Sudamérica bajo los auspicios de la Iglesia Libre de Escocia, dentro de la cual incluyó al Perú. Con la convicción de que este país era el lugar ideal para establecer una base misionera presbiteriana, regresó a su país, informando de ello a la Asamblea General de la Iglesia Libre de Escocia.[4]

 

       Preocupado por alcanzar una adecuada comprensión de la cultura hispana en la cual iba a trabajar, viajó a España para sumergirse en ella. En noviembre de 1915 llegó a Madrid, se alojó en la entonces famosa “Residencia de Estudiantes” y se matriculó en el Centro de Estudios Históricos, ligado al movimiento del Instituto de Enseñanza Laica fundado por el educador Giner de los Ríos.[5] Mackay permaneció allí hasta julio de 1916 logrando, con bastante prontitud, un apreciable dominio de la lengua y cultura hispánica. Fue en ese lapso en que conoció a Unamuno, quedando prendido de allí en adelante de las ideas del maestro.

 

       Luego de casarse, en noviembre de 1916, llegó al Perú y se hizo cargo de una pequeña escuela que la Unión Evangélica de Sudamérica (UESA). Mackay la transformó en el Colegio Anglo-Peruano (hoy San Andrés) que “al poco tiempo se volvió un centro de innovación pedagógica en el cual colaboraban algunas de las inteligencias más lúcidas del Perú de entonces”.[6] Poco tiempo después se matriculó en San Marcos, donde se doctoró en Filosofía y Letras con la tesis: Don Miguel de Unamuno: su personalidad, obra o influencia.[7] Fue en este ámbito universitario donde se relacionó con el mundo académico peruano del momento y con los líderes del naciente movimiento de reforma universitaria, pues, además de fungir como catedrático, participó en círculos de la intelectualidad como “La Protervia”.[8] Así, Mackay pudo compartir la amistad y la compañía de varios intelectuales de la generación del Novecientos y la del Centenario, entre ellos: Víctor Andrés Belaúnde, José Gálvez, José Carlos Mariátegui, Oscar Miró Quesada, Honorio Delgado, Hermilio Valdizán, Julio C. Tello, Luis Alberto Sánchez, Jorge Basadre, Haya de la Torre y Jorge Guillermo Leguía.[9]

 

       Simultáneamente, teniendo al Colegio Anglo-Peruano a su cargo, dio oportunidad para que varios de estos jóvenes intelectuales enseñaran en el colegio protestante. Entre los profesores que pasaron por sus aulas están: Víctor Raúl Haya de la Torre, Jorge Guillermo Leguía, Jorge Basadre, Luis Alberto Sánchez y Raúl Porras Barrenechea.[10] Esa actitud de apertura es resaltada por Sánchez con estas palabras:

 

“En el Colegio Anglo-Peruano, Mackay tuvo un fino sentido de lo que pasaba en el Perú de acuerdo con lo que ocurría en el mundo. Se dio cuenta de que la fuerza transformadora estaba en una juventud (...) llamó a jóvenes inquietos, capaces de remover el ambiente, de ponerse en contacto con los alumnos, de discutir con ellos de tú a tú y de, en buena cuenta, aprender con ellos que es lo que hace todo buen profesor que se estima y estima su profesión”.[11]

 

       Con Haya de la Torre, por ejemplo, desarrolló una cercana amistad, siendo importante la influencia que ejerció en sus ideas.[12] La revista Claridad, órgano difusor de las Universidades Populares que fundó el que sería después el principal líder del APRA, fue un medio en el que Mackay y otros protestantes como Samuel G. Inman escribieron artículos. Haya de la Torre, a su vez, escribió artículos en la revista protestante La Nueva Democracia, órgano del Comité de Cooperación para América Latina (CCLA), y fue miembro de la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA), difundida institución protestante en Latinoamérica.

 

       En uno de sus escritos, Mackay afirma que Haya de la Torre estaba interesado en cultivar valores religiosos y que reconoció, a diferencia de Mariátegui, “que el problema humano es antes espiritual que económico”.[13] Aunque después Mackay lamentó el posterior cambio de Haya de la Torre hacia formas menos ideales de hacer política. En dos ocasiones, 1923 y 1931, cuando este último sufrió persecución política, Mackay utilizó sus influencias y su prestigio para protegerlo.[14]

 

       Con Mariátegui, otro destacado personaje de la Generación del Centenario, la relación fue menos fluida. Sin embargo, Mackay escribió algunos artículos en Amauta, la revista de Mariátegui, manteniendo un fructífero diálogo intelectual, a pesar de sus diferencias ideológicas. De Mariátegui, Mackay dice en uno de sus ensayos: “Visitarlo en su hogar, y escuchar su suave voz proclamando en medios acentos, una filosofía militante de la vida, tan extrañamente en desacuerdo con el físico frágil de su dueño, constituía ciertamente una experiencia inspiradora”.[15]

 

       Mackay también tuvo relación con otros personajes como Víctor Andrés Belaúnde, en cuya revista Mercurio Peruano, fue miembro del Cuerpo de Redacción y escribió sendos artículos sobre los siguientes temas: “Dos apóstoles de la democracia. Woodrow Wilson y Lloyd George” (I: 5, 1918, pp. 255-260); “Valor cultural del estudio de la literatura inglesa” (II: 11, 1920, pp. 354-360); “Wordsworth y los Laquistas” (III: 15, 1919, pp. 1781-1793), “La Profesión de Hombre” (VI: 33-34, 1921, pp. 180-200) y “Los Intelectuales y los Nuevos Tiempos” (X: 58, 1923, pp. 498-515).

 

       Belaúnde, por su parte, escribió también en la ya citada revista La Nueva Democracia. John A. Mackay fue, indudablemente, la personalidad protestante más representativa de su época. En la década del veinte, el protestantismo era un movimiento ultraminoritario y en búsqueda de una identidad propiamente nacional. Por ello, la labor de Mackay, a pesar de su procedencia foránea, significó un primer intento de acercamiento de los protestantes a la escena nacional, luego de haber obtenido el reconocimiento legal de su culto gracias a la modificación del Art. 4to. de la Constitución en 1915.[16]

 

       En lo político, la cercanía de Mackay a círculos de insurgencia contra el gobierno, motivó que, al igual que el resto de los protestantes, mantuviera una relación pendular con el régimen autoritario de Augusto B. Leguía (1919-1930); el cual, deseoso de mantener buenas relaciones con los gobiernos británico y norteamericano, no se atrevió a sancionar las actividades políticas del misionero. Mackay salió del país en 1925 para dedicarse a labores eclesiásticas y educativas en Uruguay, México y EE.UU. Regresó al Perú en varias ocasiones; en una de ellas, en 1961, cuando vino a recibir las “Palmas Magisteriales”, reconocimiento por su destacada labor educativa, fue detenido momentáneamente por la policía bajo la sospecha de ser un “agitador comunista”.[17]

 

 

Mackay y Unamuno: Recuerdos personales

Una experiencia fundamental para la definición del pensamiento y vocación de Mackay fueron los nueve meses de estancia en Madrid (1915-1916). En principio, allí aprendió el español, el cual lo hablaba bastante bien. Según Luis Alberto Sánchez, “...había aprendido un magnífico castellano, con una fonética que nosotros no usamos, y que además pronunciaba las elles y las zetas...”.[18] Pero principalmente obtuvo los fundamentos para una comprensión adecuada de la cultura española, la cual posteriormente plasmó en su libro El Otro Cristo Español.

 

       En España, Mackay se matriculó en el Centro de Estudios Históricos, institución relacionada con el movimiento del Instituto de Enseñanza Laica fundado por Francisco Giner de los Ríos, y se alojó en la Residencia de Estudiantes. En esta institución, aprendió a apreciar la obra de Giner de los Ríos, quien había muerto a inicios de 1915. El contacto con los discípulos del educador español le permitió recibir el impacto de éste. Destacó en él su cualidad de maestro y su espiritualidad. Giner de los Ríos, influenciado por el movimiento krausista, contribuyó a la renovación pedagógica en España a través del Instituto de Libre Enseñanza y las residencias y hogares estudiantiles que estableció.

 

       En lo religioso, Mackay lo consideró, junto a Unamuno, uno de los “santos” modernos en España, por su búsqueda incesante de Dios, aunque en inconformidad con la religiosidad católica predominante en su país. Por su heterodoxia, fue sepultado en el cementerio civil de Madrid:

 

“Giner era, en su vida personal, un santo. Para él Dios era algo sumamente real, y consideraba la religión, según decía, no como una enfermedad ni como un fenómeno pasajero de la historia, como la guerra o la esclavitud, sino como una función espiritual permanente que la escuela debe educar. Sin embargo, en lo religioso, se sentía muy solo y ansiaba un hogar espiritual; pero no halló ninguno. Hubiera querido mantenerse dentro de una Iglesia Católica reformada, pero al desvanecerse toda esperanza de reforma, abandonó con todo pesar la Iglesia de sus padres”.[19]

 

       Otra clave para entender la vocación hispanista de Mackay fue su permanencia en la Residencia de Estudiantes. Este establecimiento servía de alojamiento a jóvenes estudiantes pertenecientes a familias pudientes de España. Además, en 1912, se había iniciado un curso de verano para estudiantes extranjeros en el que se incorporó Mackay compartiendo a la vez clases de inglés con sus condiscípulos españoles. Allí pudo conocer a personalidades tan notables como Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset, Federico García Lorca, Américo Castro, y otros más; incluso, a sudamericanos como Luis Alberto Sánchez.[20] Allí fue donde conoció a Miguel de Unamuno.

 

       Miguel de Unamuno en ese entonces vivía en Salamanca. Durante mucho tiempo ejerció el Rectorado de la Universidad de Salamanca, hasta que en 1914 fue destituido. Sin embargo, su prestigio entre la joven intelectualidad española ya estaba consolidado desde tiempo antes. En sus muchos viajes, Madrid era un punto frecuente, y allí, la Residencia de Estudiantes era su alojamiento común.[21] La impresión que tuvo Mackay fue que en dicho establecimiento el maestro era muy popular:

 

“‘La Residencia de Estudiantes’ de Madrid, institución que me prestó albergue durante mi permanencia en España, y donde tuve el honor de ser presentado a Unamuno, encarna el espíritu e ideales de éste. Ahí se reúnen bajo un solo techo los elementos estudiantiles más selectos de toda España, y ahí uno puede apreciar la honda influencia que va ejerciendo Unamuno sobre la simpática juventud española”.[22]

 

       Luego de esa primera impresión, Mackay visitó a Unamuno en Salamanca en la Navidad de 1915, y posteriormente en 1916 y 1919.[23] Estas visitas le permitieron observar de cerca la obra y la personalidad del filósofo, las cuales posteriormente plasmó en su tesis doctoral en San Marcos. En esta tesis sostiene que los tres elementos constitutivos de la personalidad unamuniana eran: su raza, su cultura y su individualismo. Así, dice que el trasfondo vascongado explica el “espíritu de luchador y de místico desasosegado”[24] de Unamuno. Asimismo, su “extensa y variadísima cultura”[25] se veía evidenciada en su rica biblioteca que incluía libros en 20 idiomas aproximadamente. Finalmente, para su individualismo encuentra una explicación más subjetiva: “por un lado, de su arraigada convicción que nació para cumplir una misión definitiva y, por otro, de su filosofía, en la que sostiene que el fin del hombre es eternizarse, lo que es lo mismo como decir, singularizarse”.[26] Esta idea de la “misión” de una vida será una de las grandes influencias de Unamuno en el pensamiento de Mackay.

 

       Luego de estos encuentros, la admiración y casi veneración de Mackay hacia Unamuno, se cimentó. Las frases que utiliza Mackay para referirse a él son elocuentes: “maestro eximio”,[27] “príncipe de los pensadores cristianos modernos”,[28] “el pensador más profético, el escritor más culto y el hombre más integral de todos los hombres de letras del siglo veinte”.[29] Esa admiración por quien consideraba su maestro continuó durante toda su vida. Así, luego de culminar su trabajo en el Perú, en 1929, tuvo la oportunidad de visitarlo nuevamente. Esta vez lo encontró en el pueblo de Hendaya, en la frontera franco-española, adonde había sido desterrado por el gobierno del general Primo de Rivera.[30] Su emoción por ese reencuentro se trasluce en una carta que le escribió poco después de haber llegado a México para una nueva labor en octubre de 1930:

 

“...pienso en usted y en aquellos dos días inolvidables que, hacia fines del año pasado, pasé al lado suyo en el hotelcito de Hendaya.

       Usted fue de los pensadores contemporáneos, quien más hondamente ha influido sobre mí. Hallé en sus escritos lo que no encontraba en otra parte en la literatura moderna... Que suerte que llegué aquella mañana a Hendaya como quien visita un santuario. Estuve un par de días cerca de usted mirándole, escuchándole. Al partir una tarde para París, llevé conmigo la satisfacción íntima de poder querer más aún al hombre que a sus escritos”.[31]

 

       No sabemos si Unamuno le respondió esta carta, aunque ninguno de los biógrafos de Mackay menciona que sí ocurriera. En todo caso, queda como un asunto para la investigación.[32] Lo que sí nos queda muy claro es la consolidación de la impronta de Unamuno en la personalidad del misionero escocés.

 

       Luego de aquel acontecimiento, Mackay continuó dedicándose a analizar y, sobre todo, divulgar la obra de su maestro. Así, además de la conferencia a la que ya nos referimos y que pronunció en San Marcos sobre la presencia de Unamuno en el pensamiento contemporáneo (1946), Mackay dedicó un “Prólogo” a la versión inglesa de las Poesías de Unamuno: Poems, traducción hecha por Eleanor L. Turnbull y publicada en Baltimore por The John Hopkins Press en 1952. Luego, en 1956, en una compilación titulada Christianity and the Existencialism y publicada por Scribner’s en Nueva York, Mackay escribió un artículo sobre Unamuno. Finalmente, en 1964, celebrando el centenario del natalicio del filósofo español, escribió un artículo titulado: “Don Miguel de Unamuno, filósofo da hombridade”, en un número conmemorativo del Suplemento Literario de Sao Paulo.[33]

 

       Sin embargo, la principal influencia de Unamuno en Mackay se puede observar en los principales libros de este último, los cuales expresan el meollo de su pensamiento. En ellos sobresalen dos, los que serán la base para señalar algunos rasgos comunes en el ideario de ambos personajes: El Sentido de la Vida y El Otro Cristo Español. El primero es un texto corto que reúne un conjunto de pláticas que Mackay compartió en algunos campamentos de la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA) en Sudamérica entre 1928-1929.[34] El segundo es un trabajo mucho más elaborado, que intenta hacer una lectura de la cultura hispanoamericana con especial énfasis en su religiosidad. En éste, Mackay llega a asignar a su maestro la categoría de “santo”, pero “un santo rebelde cristiano, el último y el mayor de los grandes herejes místicos de España”.[35] Este libro no fue enviado nunca a Unamuno, al parecer “por modestia”,[36] a pesar de que tuvo una buena recepción en los medios intelectuales. Incluso mereció el siguiente comentario elogioso por parte de Ortega y Gasset:

 

El Otro Cristo Español hace un estudio profundo e informado de la realidad espiritual de Indoamérica. Sus observaciones, críticas y evaluaciones de Rodó, Ricardo Rojas, Bunge, Francisco Bilbao, Manuel González Prada, Lerdo de Tejada, Hostos, Lastarria, Sarmiento, Haya de la Torre son sencillamente indispensables para comprender la América. Con el sentido de precisión, tan especial de la raza anglosajona, Mackay establece hitos y traza relaciones que otros escritores apenas discernieron”.[37]

 

       Evidentemente, sus demás obras también son importantes, pero bástennos éstas para nuestro propósito en este pequeño trabajo. Veamos algunos puntos del pensamiento de Mackay.

 

 

La noción de sentido de la vida

Según Mackay, el pensamiento de Unamuno tiene su centro en dos ideas claves: “la de vocación o misión, y la de lucha agoniosa, especialmente la lucha por vivir para siempre”.[38] Todo hombre nace con una misión específica, la cual debe cumplir para que su vida tenga un sentido y, para ello, es necesario un completo sacrificio personal. Pero ello significa que, previamente, debe ser un hombre verdadero, construir su “hombridad”.[39] De una manera personal, la misión de Unamuno era “sembrar en los hombres gérmenes de duda, de desconfianza, de inquietud, y hasta de desesperación”;[40] y aún más:

 

“Unamuno consideraba que ésta (su misión) era la de reencarnar a don Quijote en la España y época moderna, en defensa de lo eternamente espiritual y bregando con el mal dondequiera éste apareciese, sin hacer cuenta de las consecuencias. Quería que sus compatriotas aprendieran a pensar en lo más profundo de la vida y el destino. Su función sería de lanzarlos, según nos dice, al océano de Dios, para que aprendan a nadar”.[41]

 

       Esta labor significaba también la apropiación profunda de un ideal[42] que guiara todos los actos de la vida de una persona. Sobre ello rescata la figura del Quijote quien, a pesar de ser signado por la sociedad como un “loco”, él estaba convencido de que tenía una misión que cumplir; una vocación que lo impelía a, incluso, luchar contra molinos de viento puesto que no buscaba popularidad ni éxito, sino sólo “la satisfacción de haber respondido a un llamado íntimo, que le impusiera el deber y no la felicidad como ideal de su vida”.[43] El sentido de la vocación es uno de los sentidos más superiores del hombre, según Mackay, y desgraciadamente del de que más adolece la humanidad. En este sentido, Mackay hace suyo el siguiente párrafo del libro de Unamuno Del sentimiento trágico de la vida, para expresar ese problema:

 

“Este de la propia vocación, es acaso el más grave y más hondo problema social, el que está en la base de todos ellos. La llamada por antonomasia cuestión social es acaso, más que un problema de reparto de riquezas, de productos del trabajo, un problema de reparto de vocaciones, de modos de producir. Que encuentre cada cual entonces su verdadero oficio. Que sienta el valor religioso de su vocación civil. Que trabaje en ella con tanto amor y empeño que se haga insustituible para quienes vive”.[44]

 

       Este concepto de “vocación”, cuyo parentesco con el concepto luterano del “valor religioso de la vocación” ha sido resaltado por Aranguren,[45] será un elemento fundamental en la vida y obra de Mackay; el misionero protestante comprometido con la educación, la unidad de los cristianos, la solidaridad humana y la fe. La vocación educadora de Mackay fue, por cierto, muy valorada en el Perú; no solamente en su faceta como Director del Colegio San Andrés, sino también en la cátedra universitaria. Luis Alberto Sánchez recordaba que “era uno de los profesores más queridos. A sus clases no se faltaba ni tampoco pasaba lista, no era necesario. Era el profesor por excelencia a quien se consulta después de clase, eso que tantos profesores quisiéramos, que terminada la clase haya gente que todavía no quiere separarse de uno”.[46] La vocación formativa de Unamuno tuvo evidentes efectos en Mackay, quien de cumplido discípulo pasó a ser un maestro inspirador.

 

       Entonces, no solamente es necesario buscar un sentido a la vida, sino también un sentimiento religioso que la enriquezca y la haga duradera. Ello nos lleva al asunto de la religión.

 

 

El elemento religioso

Es evidente que la obra de Unamuno está estrechamente unida al contenido religioso.[47] El fundamento de su planteamiento sobre la religión está en el ansia humana de alcanzar la inmortalidad. El hombre debe buscar aquello que garantice su triunfo sobre la muerte, y en ello es necesario que ponga todo su esfuerzo pues ese proceso se convierte en una lucha. Por ello, en un conocido párrafo, Unamuno afirma que su religión es “... luchar incesante e incansablemente con el misterio; mi religión es luchar con Dios desde el romper del alba hasta el caer de la noche, como dicen que con Él luchó Jacob”.[48] De esta manera, el creer en Dios parte de una necesidad humana insoslayable: anhelar que haya ese ser.[49] Por ello la razón es insuficiente para demostrar o negar la existencia de Dios, porque ese es un problema subjetivo y personal que tiene que ver más con los sentimientos y la voluntad que con el intelecto. Así, la vivencia religiosa se resume en una permanente lucha interna para lograr la certeza de Dios.

 

       Con esas premisas, Unamuno considera al cristianismo como el sistema más adecuado para satisfacer la búsqueda humana de la inmortalidad.[50] Su cristianismo no es el de la tradición católica española; su crítica a los jesuitas es especialmente dura.[51] En ese sentido, la concepción religiosa de Unamuno es mucho más cercana a la de Kierkegaard y Pascal, incluso a la de Lutero. Su cristianismo no resiste ningún tipo de clasificación: “...buscan poder encasillarme ¾decía Unamuno¾ y meterme en uno de los cuadriculados en que colocan a los espíritus, diciendo de mí: ‘Es luterano, es calvinista, es católico, es ateo, es racionalista, es místico’, o cualquier otro de estos motes, cuyo sentido claro desconocen, pero que les dispensa de pensar más”.[52]

 

       Frente a estas concepciones, la postura de Mackay tiene dos aspectos. Por una parte, reconoce en la religiosidad de Unamuno una profundidad mística importante que lo hace continuador de toda una tradición religiosa hispana que empieza con los místicos del siglo XVI (Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Luis de León). A esa tradición, que tiene una concepción distinta sobre Cristo respecto a la religiosidad popular y oficial del catolicismo español, es lo que él denomina “El otro Cristo español”. Por esa corriente Mackay tiene una opción preferente, pues el cristianismo católico tradicional le parecía bastante alejado de la esencia del cristianismo. Así, los místicos del siglo de Oro fueron “seráficas almas cristianas (que) representaban un movimiento espontáneo de reforma dentro de la Iglesia Católica española de su época”, aunque fueron “objeto de la desconfianza y la persecución por parte de las autoridades eclesiásticas”.[53] Paradójicamente, en los siglos siguientes éstos fueron canonizados por la Iglesia Católica. Mackay no duda en llamar a Unamuno un “santo”, puesto que es un continuador de aquellos otros “santos”, aunque heterodoxos españoles.

 

       Por otra parte, algunas de las conclusiones del filósofo vasco no son ratificadas por Mackay. En su tesis doctoral objeta en dos puntos el sistema de Unamuno. El primero es en su epistemología, pues no cree que el cristianismo sea antirracional sino más bien que el “cristianismo no cuadra con los conceptos de lo racional que se han formado algunos pensadores”;[54] entonces, para Mackay, sí es posible utilizar la razón para alcanzar la verdad, sólo que debe usarse de una manera distinta y extraordinaria. En segundo término, Mackay crítica la ética de Unamuno, porque con todo el contenido contradictorio y movedizo de la lucha existencial de éste por alcanzar la fe, no ofrece ninguna base sólida para la ética.[55] El cristianismo subjetivo de Unamuno tenía, evidentemente, grandes diferencias con el cristianismo social de Mackay. Unamuno consideraba que el cristianismo puro no tenía ninguna implicancia social; era fundamentalmente apolítico, sin dogmas, sin iglesia y sin clero; mientras que Mackay abogaba por una proyección social del cristianismo. Me pregunto si esto tendrá que ver con los orígenes del pensamiento de ambos. Unamuno, desde sus inicios cercano a Kierkegaard, estuvo tembién cercano a pensadores como Kant (con su trasfondo luterano) y a teólogos luteranos como Harnack, Ritschl y Schleiermacher. El luteranismo, con su doctrina de los “dos reinos”, tradicionalmente ha separado la realidad en dos ámbitos: espiritual y temporal, siendo el primero el que corresponde al cristianismo.[56] Mackay, mientras tanto, surge de un trasfondo calvinista (presbiterianismo escocés), cuya doctrina propugna por una mayor intervención del cristiano en la sociedad.

 

       Esto nos lleva al asunto del “protestantismo” de Unamuno. Aunque él nunca admitió ser encasillado en una determinada confesión, es evidente que se alejó bastante de la ortodoxia católica, aunque no necesariamente del cristianismo. Sin embargo, no creemos que llegara a ser protestante, a pesar de tener cierta cercanía a sus ideas y representantes. Lo que él buscaba más bien era una reforma religiosa autóctona que surgiera en España para hacer retornar al catolicismo al cristianismo puro, una “reforma española, indígena y propia que preludiaron nuestros místicos del siglo XVI y que fue ahogada en germen luego por la Inquisición”.[57] De allí se explica elogio a Juárez por su intento de “mejicanizar el protestantismo” para formar en los indígenas una religiosidad menos ritual y más ética.[58]

 

       Unamuno no quiere la destrucción del catolicismo, como lo pensaría el anticlerical peruano Manuel González Prada, ni acepta una invasión de misioneros protestantes, sino que “la fuente íntima de la vida social hispanoamericana ha de salvarse (...) por un movimiento cristiano, pero que no sea la propaganda de los asalariados de sociedades más o menos bíblicas, sino un movimiento autóctono, brotado de dentro”.[59]

 

       Estas ideas fueron tomadas por Mackay para fundamentar la presencia del protestantismo en América Latina. Él, como misionero protestante, necesitaba encontrar un camino adecuado para ingresar sin sufrir un prematuro rechazo de la sociedad hispanoamericana. Así, su libro El otro Cristo español tiene una interesante estructura. Empieza analizando históricamente la realidad hispanoamericana, desde la conquista hasta su época, resaltando las características típicas de la cultura y la religiosidad hispana en América. Luego, analiza detalladamente las características del cristianismo español que llegó a América; en él destaca la corriente “alternativa” de los místicos del siglo de Oro y a sus sucesores del siglo XX (Giner de los Ríos y Unamuno).

 

       Hasta aquí está su crítica, la cual tiene mucho en común con los planteamientos de Unamuno. Luego, tomando las mencionadas ideas sobre la necesidad de una reforma religiosa, en la tercera parte analiza las “nuevas corrientes espirituales en Sudamérica”, revisando las principales corrientes de ideas desde el siglo XIX: el positivismo, el idealismo de Rodó, el influjo del esoterismo y las nuevas corrientes sociales (Haya de la Torre y Mariátegui); luego, se refiere a algunos pensadores que representan esa búsqueda de reforma (Gabriela Mistral, José Zorrilla de San Martín, Ricardo Rojas y Julio Navarro Monzó); finalmente, termina refiriéndose a la reciente presencia del protestantismo en Latinoamérica, señalando que “nada se ha necesitado ni se necesita más en esos países que una verdadera expresión del cristianismo protestante”.[60]

 

       Para Mackay, el protestantismo no es un elemento raro y exógeno para la realidad latinoamericana. Es más bien necesario y representa la continuidad de la tradición religiosa de los místicos españoles del siglo de Oro y de los modernos pensadores heterodoxos como Unamuno. Admite que el catolicismo predominante es inadecuado para cumplir las funciones transformadoras del cristianismo. La esperanza está en la unión de aquellos católicos liberales, cristianos sinceros y protestantes que simplemente tengan a la figura de Cristo como emblema. Su ecumenismo es bastante precursor.[61]

 

       Este tipo de pensamiento tan abierto fue el que le permitió entrar en diálogo con la intelectualidad peruana de su época. Recogió de Unamuno todo el bagaje cultural suficiente para comprender la realidad hispanoamericana y la utilizó para fundamentar sus propósitos como misionero y para contribuir con la pluralización religiosa en el Perú. Para él, el misionero no debía imponerse sino que debía entrar en diálogo con personas de otras culturas, ideas y religiones. A través del lente de Unamuno pudo evitar el error de muchos otros anglosajones de despreciar el legado hispánico, pero también aprendió de su maestro la virtud de señalar los defectos en donde los veía.

 

 

El diálogo anglo-hispano

Algo que impresionó a Mackay cuando visitó a Unamuno por primera vez fue su gran y variada biblioteca. En ella resaltó la presencia de los clásicos castellanos, el Nuevo Testamento y, con especial sorpresa, de una numerosa cantidad de autores ingleses, algunos de los cuales eran apenas conocidos en Hispanoamérica. A pesar de no dominar plenamente el inglés, Unamuno conocía muy bien a Shakespeare, Tennyson, Browning, Thomson y especialmente Carlyle, a quienes leyó en sus versiones originales.[62] De la misma forma, otros autores nórdicos como Kierkegaard fue prácticamente descubierto por Unamuno; aprendió el danés para poder leerlo en su idioma original.[63]

 

       Lo interesante de la visión de Mackay es que observa que la simpatía de Unamuno por la literatura anglosajona puede servir como un puente de comunicación entre ese universo cultural con el hispano. En lugar de imitar tanto a los franceses, por quienes Unamuno guardaba mucha antipatía,[64] los hispanoamericanos deberían cultivar la literatura inglesa, pues “fácilmente se comprende que naciones de habla y costumbres tan distintas nunca llegarán a una comprensión mutua hasta que una y otra sustituyan el idioma liviano de los comerciantes por la lengua clásica de los pensadores”.[65] Para Unamuno, las literaturas inglesa e italiana tiene mayor robustez moral y sentido religioso,[66] que es algo de lo que los españoles y los hispanoamericanos carecen. Así, en sus observaciones al trabajo de Riva Agüero sobre la literatura peruana dice que, además de la falta de ideales propios que señala el peruano, les falta algo más: “les falta sentimiento religioso de la vida, porque la religión que heredaron de sus padres y los nuestros es ya para ellos, como es para nosotros, una pura mentira convencional”.[67]

 

       Ese es el sentido de algunos de los artículos que Mackay publicó en la revista Mercurio Peruano sobre la literatura inglesa.[68] En este creativo camino para el diálogo intercultural, Mackay, al igual que Unamuno, rescata las posibilidades del intercambio de valores religiosos. No está de acuerdo con las posiciones, en desarrollo, del imperialismo norteamericano, ni tampoco con aquellas perspectivas como las de Rodó, quien señalaba a los EE.UU. el grosero papel de Calibán.[69] El motivo de las incomprensiones es la falta de conocimiento mutuo, por lo cual se debe incrementar el intercambio de ideas y valores. Ello no significa abandonar los valores nacionales tal como Unamuno, quien combinó cosmopolitismo y patriotismo. “Fue el más español ¾decía Mackay¾ y el más universal de todos los hombres de letras contemporáneos”.[70]

 

       Así, rechazando la idea de que el protestantismo no arraigará en Hispanoamérica, Mackay sostiene que “el cristianismo evangélico es la influencia espiritual más significativa y transformadora de la América Latina en la actualidad; y el movimiento cuyo progreso contribuirá más que cualquier otro al buen entendimiento interamericano”.[71] El protestantismo, con sus obras sociales, educativas y sus valores éticos, representaba para Mackay, junto con la cultura inglesa, un puente de comunicación entre ambos universos culturales. Sin embargo, señala que pronto el protestantismo dejaría de considerarse intrínsecamente extranjero para convertirse en una realidad latinoamericana autóctona, con lo cual, el viejo sueño de Unamuno de una reforma religiosa propia estaría cumplido.

 

       Una síntesis de ese pensamiento estuvo en el tipo de pedagogía que Mackay aplicó en el Colegio San Andrés (antes Anglo-Peruano): “Nunca se quiso organizar un colegio exótico... sino uno en que lo mejor de tradición cultural británica se fundiese con lo mejor de la tradición cultural peruana, a fin de crear una institución que respondiera a las necesidades de la patria”.[72]

 

 

Mackay como divulgador de Unamuno

La tesis doctoral que defendió Mackay en San Marcos en 1918 tiene algunas características especiales que es necesario mencionar. Según la bibliografía de Pelayo Fernández,[73] dicho trabajo fue la primera tesis doctoral escrita sobre Unamuno en el mundo. El libro que publicó en 1919 fue el segundo a escala mundial y el primero publicado en Hispanoamérica. Finalmente, fue el primer estudio hecho en el Perú sobre Unamuno. Posteriormente, Edwin Elmore continuaría, con la atenta compañía de Mackay, estudiando a Unamuno.[74] El mismo Mackay le diría tiempo después a Unamuno: “Por acá y allá, por Hispanoamérica, en conferencias a la juventud universitaria y al pueblo, sus inquietudes y soluciones eran a menudo la médula de mis palabras”.[75]

 

       Por otra parte, el ejemplo de Mackay, de diálogo con la cultura hispanoamericana, fue seguido por otros misioneros protestantes establecidos en el Perú.[76] Después de la partida de Mackay del Perú ese ejemplo continuó. Finalmente, algunos intelectuales protestantes conocieron o se interesaron por la cultura hispanoamericana a través de las conferencias y obras de Unamuno. Es conocida, por ejemplo, la correspondencia que Juan Orts González, Director de La Nueva Democracia,[77] estableció con Unamuno pidiéndole, entre otras cosas, que éste escribiese en la mencionada revista. Asimismo, los líderes protestantes del continente invitaron a Unamuno a participar en el Congreso Evangélico Hispanoamericano de La Habana en 1929, aunque el maestro no pudo asistir.

 

 

Epilogo

En este trabajo hemos podido hacer un primer acercamiento a la fructífera relación entre estos dos personajes, especialmente a partir de Mackay. No hemos encontrado ninguna referencia de Unamuno hacia Mackay, salvo las que él mismo y otros que lo conocieron refieren. Sin embargo, este caso nos muestra la enorme impronta que tuvo el controvertido filósofo español en muchos de sus contemporáneos. Mackay es sólo un ejemplo. Aquella vocación de “sembrador de inquietudes” que Unamuno confesaba tener, tuvo en este caso una plena realización. Mackay, “inquietado” por Unamuno, mostró que las barreras culturales o religiosas no podían impedir un diálogo fructífero entre dos culturas tan distintas pero tan similares a la vez. Además, esa admiración hacia el “maestro” Unamuno pronto creó a un nuevo “maestro” para muchos jóvenes latinoamericanos. A través de Mackay, y de otros más, Unamuno cumplió la misión de su vida. Con Unamuno, Mackay tuvo un impulso importante para cumplir su misión al servicio de la juventud latinoamericana y la Iglesia universal, para la gloria de su Creador.

 

 


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Revista electrónica Espacio de Diálogo, (Fraternidad Teológica Latinoamericana), núm. 1, septiembre-diciembre del 2004, www.cenpromex.org.mx/revista_ftl/num_1


 



* Historiador. Instituto Riva-Agüero – Pontificia Universidad Católica del Perú.

[1] Epistolario de Ricardo Palma, 2 vol, Estudios preliminares y notas de Raúl Porras Barrenechea, Lima, Cultura Antártica, 1949. Está incluido el epistolario entre Unamuno y Palma, aunque no hay un estudio específico sobre ello.

[2] Uno de los mejores trabajos que se han realizado sobre la relación entre Unamuno y la intelectualidad peruana es el de César Pacheco Vélez, “Unamuno y Riva-Agüero: un diálogo desconocido”, en Ensayos de simpatía sobre ideas y generaciones en el siglo XX, Lima, Universidad del Pacífico, 1993, pp. 112-222. Allí, Pacheco analiza la relación entre ambos personajes y la influencia de Unamuno sobre el peruano a partir de las cartas que ambos se escribieron.

[3] Ibid. , p. 176- 184.

[4] Los datos de este primer período de la vida de Mackay pueden consultarse en John Sinclair, Juan A. Mackay. Un escocés con alma latina, México, CUPSA, 1990, pp. 32-68; y Samuel Escobar, “El legado misionero de Juan A. Mackay”, Introducción a Juan A. Mackay, El otro Cristo español, Lima, Colegio San Andrés (antes Anglo Peruano), 1991, pp. 15-20.

[5] John Sinclair, Juan A. Mackay. Un escocés con alma latina, ibid., pp. 72-74. La estancia de Mackay allí será revisada con más amplitud en la siguiente sección.

[6] Samuel Escobar, “La huella de Mackay en la educación peruana”, Introducción a John A. Mackay, El sentido de la vida y otros ensayos, Lima, Presencia, 1988, p. 8.

[7] John A. Mackay, Don Miguel de Unamuno: su personalidad, obra e influencia, Lima, Th. Dr. Revista Universitaria, vol. II, 4º Trimestre, 1918. Publicada posteriormente en 1919 por el editor E. R. Villarán.

[8] Antonio Sagarna, “Los martes de la protervia”, Mercurio Peruano, núm. 65, noviembre de 1923, pp. 219-223. Allí, el autor recuerda a varios conocidos personajes; entre ellos, “al seráfico J. Mackay” quien “hablaba con Elmore sobre Unamuno”. Esto en 1919.

[9] La generación del Novecientos fue básicamente una expresión del arielismo en el Perú, con un notable interés en la reflexión sobre la realidad nacional a partir de la idea del mestizaje. La Generación del Centenario estuvo conformada por aquellos intelectuales que alcanzaron su mayoría de edad alrededor de 1921, cuando se cumplía el centenario de vida independiente del Perú. Estos fueron básicamente reformistas y formaron varias corrientes de pensamiento crítico que buscaban la reivindicación nacional y la incorporación de las clases populares al debate público.

[10] Prospecto del Colegio Anglo-Peruano, Lima, Imp. Standard, 1930. Para una historia general del colegio, ver John McPherson, At the Roots of a Nation, The story of San Andrés School in Lima, Peru, Edimburgo, The Knox Press, 1993.

[11] Luis Alberto Sánchez. “John Mackay y la Educación peruana”, Leader, vol. XLVIII, núm. 46, 1973, p. 68.

[12] John A. Mackay, El otro Cristo español, op. cit., pp. 238-243. Algunos análisis de dicha relación están en Frederick Pike, The Politics of the Miraculous, Lincoln, University of Nebraska Press, 1986, pp. 47-49, 128-130, 260-261; y Tomás Gutiérrez, Haya de la Torre y los protestantes liberales (Perú, 1917-1923), Lima, Nuevo Rumbo, 1995.

[13] John A. Mackay, El sentido de la vida y otros ensayos, op. cit., p. 108.

[14] John Sinclair, Juan A. Mackay. Un escocés con alma latina, op. cit., pp. 93-94.

[15] John A. Mackay, El sentido de la vida y otros ensayos, op. cit., pp. 98-99. Un buen estudio de esta relación está en Raúl Chanamé, La amistad de dos amautas. Mariátegui y Mackay, Lima, Magisterial, 1995.

[16] Fernando Armas, Liberales, protestantes y masones. Modernidad y tolerancia religiosa. Perú. Siglo XIX, Lima, CERA Bartolomé de Las Casas-Fondo Editorial PUCP, 1998. Sobre la historia del protestantismo en esa época ver Juan Kessler, Historia de la evangelización en el Perú, Lima, El Inca, 1993; y Saúl Barrera, Orígenes y desarrollo de la Iglesia Evangélica Peruana, Lima, CBT-CEDEPP, 1993. La historia del protestantismo en el Perú es aún un tema poco explorado por la historiografía.

[17] John Sinclair, Juan A. Mackay. Un escocés con alma latina, op. cit., p. 95.

[18] Luis Alberto Sánchez, “John A. Mackay y el Anglo-Peruano”, en revista Leader, (Perú-Colegio Anglo-peruano), núm. 45, 1972, p. 49.

[19] Juan A. Mackay, El otro Cristo español, op. cit., p. 192.

[20] John Sinclair, Juan A. Mackay. Un escocés con alma latina, op. cit., pp. 72-74.

[21] Luis Granjel, Panorama de la Generación del 98, Madrid, Guadarrama, 1959, p. 238.

[22] John A. Mackay, Don Miguel de Unamuno: Su personalidad, obra e influencia, op. cit., p. 430.

[23] “...cúpome la suerte, en dos ocasiones, de visitar, en su propio domicilio, al ilustre escritor vascongado, don Miguel de Unamuno”, ibid., p. 404; “...volví a verlo en 1919”, John A. Mackay, “Don Miguel de Unamuno y la crisis de la cultura contemporánea” (1946), en Época. Revista de Historia Eclesiástica, Lima, tomo I, núm. 1, julio de 1995, pp. 139-149. Es el texto de una conferencia que él dictó en la Facultad de Letras de San Marcos en 1946.

[24] Ibid., p. 408.

[25] Idem.

[26] Ibid., p. 411.

[27] Ibid., p. 404.

[28] John. A. Mackay, El otro Cristo español, op. cit., p. 202.

[29] John A. Mackay, “Don Miguel de Unamuno y la crisis de la cultura contemporánea” (1946), en Época. Revista de Historia Eclesiástica, op. cit., p. 139.

[30] Luis Granjel, Panorama de la Generación del 98, op. cit., p. 239.

[31] “Carta de Mackay a Unamuno (6 de octubre 1930)”, en Época. Revista de Historia Eclesiástica, (Perú), vol. 2, núm. 2, enero-junio de 1996, p. 25. El original de esta misiva se encuentra en la Casa Museo de Unamuno en Salamanca.

[32] La correspondencia de Unamuno es realmente inmensa. Sobre la “epistolomanía” de Unamuno, con especial referencia a América, ver Manuel García Blanco, América y Unamuno, Madrid, Biblioteca Románica Hispánica, 1964.

[33] Estas referencias pueden encontrarse con detalles en Pelayo Fernández, Bibliografía crítica de Miguel de Unamuno (1888-1975), Madrid, José Porrúa Turanza S. A., 1976.

[34] John A. Mackay, El sentido de la vida. Pláticas a la juventud, (Edición de homenaje), Lima, Colegio San Andrés, 1988a. (Para diferenciarla de la otra edición mencionada antes, a ésta la denominaremos 1988a).

[35] John A. Mackay, El otro Cristo español, op. cit., p. 194.

[36] John Sinclair, Juan A. Mackay. Un escocés con alma latina, op. cit., p. 80. Aquí se puede encontrar la bibliografía de Mackay que, a pesar de algunas escasas ausencias, es bastante completa (pp. 214-223).

[37] Citado en Ibid., p. 105.

[38] John A. Mackay, El otro Cristo español, op. cit., p. 196.

[39] Es lo que denomina el “sentido de hombridad”, frase tomada también de Unamuno. John A. Mackay, El sentido de la vida. Pláticas a la juventud, op. cit., pp. 14-26.

[40] En John A. Mackay, Don Miguel de Unamuno: su personalidad, obra e influencia, op. cit., p. 411.

[41] John A. Mackay, El otro Cristo español, op. cit., p. 197.

[42] Decía Unamuno: “...yo lo que les aconsejo es que se casen con una gran idea, que establezcan hogar con ella y que tengan familia”, en John. A. Mackay, “Don Miguel de Unamuno y la crisis de la cultura contemporánea” (1946), en Época. Revista de Historia Eclesiástica, op. cit., p. 146.

[43] John A. Mackay, El sentido de la vida. Pláticas a la juventud, op. cit., p. 28.

[44] Citado en ibid., pp. 29-30.

[45] Aranguren muestra, con cierta nota crítica, que Unamuno tenía “metido el protestantismo en los entresijos del alma y en la concepción de la vida”. José Luis Aranguren, Catolicismo y protestantismo como formas de existencia, Madrid, Alianza Editorial, 1980 (1952), p. 257.

[46] Luis Alberto Sánchez, “John A. Mackay y el Anglo-Peruano”, en Leader, op. cit., p. 70.

[47] “La obra entera de Unamuno está inmersa en un ambiente religioso”, en Julián Marías, Miguel de Unamuno, Barcelona, Gustavo Gili, S.A., 1968, p. 1.

[48] Miguel de Unamuno, “Mi religión y otros ensayos” (1910), en Obras completas, tomo IV, Madrid, Editores Afrodisio Aguado-Vergara, 1959-1964, p. 369.

[49] “...y es además ¾dice Unamuno¾ conducirse como si lo hubiera; es vivir de ese anhelo y hacer de él nuestro íntimo resorte de acción”, citado en Julián Marías, Miguel de Unamuno, op. cit., p. 138.

[50] Ibid., p. 132.

[51] Miguel de Unamuno, La agonía del cristianismo, Buenos Aires, Losada, 1969 (1938), pp. 95-112.

[52] Miguel de Unamuno, “Mi religión y otros ensayos” (1910), en Obras Completas, Op. Cit. p. 369.

[53] John A. Mackay, El otro Cristo español, op. cit., p. 176.

[54] John A. Mackay, Don Miguel de Unamuno: su personalidad, obra e influencia, op. cit., p. 424.

[55] Idem.

[56] Finalmente, la experiencia religiosa de Lutero tiene bastante parecido con la lucha existencial de Unamuno. Ver: José Luis Aranguren, Catolicismo y protestantismo como formas de existencia, op. cit., pp. 239-259; y Elías Díaz, “El pensamiento político de Unamuno”, en “Estudio preliminar”, Unamuno. Pensamiento político. Selección de textos, Madrid, Tecnos, 1965, pp. 9-78. En especial las pp. 15-19.

[57] Citado en José Luis Aranguren, Catolicismo y protestantismo como formas de existencia, op. cit., p. 255.

[58] Idem.

[59] Citado en César Pacheco, “Unamuno y Riva-Agüero: un diálogo desconocido”, en Ensayos de simpatía sobre ideas y generaciones en el siglo XX, op. cit., p. 120.

[60] John A. Mackay, El otro Cristo español, op. cit., p. 302.

[61] Ibid., pp. 292-298.

[62] John A. Mackay, Don Miguel de Unamuno: su personalidad, obra o influencia, op. cit., pp. 409-410.

[63] John A. Mackay, Op. Cit. John A. Mackay, “Don Miguel de Unamuno y la crisis de la cultura contemporánea” (1946), en Época. Revista de Historia Eclesiástica, op. cit., pp. 142-143

[64] John A. Mackay, Don Miguel de Unamuno: su personalidad, obra e influencia, op. cit., p. 87.

[65] Ibid. , p. 88

[66] José Luis Aranguren, Catolicismo y protestantismo como formas de existencia, op. cit., p. 243.

[67] Miguel de Unamuno, “Algunas consideraciones sobre la literatura hispanoamericana” (1906), en Unamuno. Pensamiento político. Selección de textos, op. cit., p. 309.

[68] “Wordsworth y los Laquistas”, en Mercurio Peruano, vol. III, núm. 15, 1919, pp. 1781-1793. y “Valor cultural del estudio de la literatura inglesa”, en Mercurio Peruano, vol. II, núm. 11, 1918, pp. 354-360.

[69] John A. Mackay, El otro Cristo español, op. cit., p. 300.

[70] John A. Mackay, “Don Miguel de Unamuno y la crisis de la cultura contemporánea” (1946), en Época. Revista de Historia Eclesiástica, op. cit., p. 143. De hecho, Mackay continuó siendo un activo simpatizante de la cultura hispánica en los Estados Unidos. Entre otras actividades, fue miembro de “The American Friends of Spanish Democracy”, institución que apoyó al republicanismo español durante la Guerra Civil. John A. Mackay, Concerning a Smear Campaign, Princeton, 1950 (manuscrito).

[71] John A. Mackay, El otro Cristo español, op. cit., p. 327.

[72] John A. Mackay, “Después de cuatro años”, en Leader, vol. IV, núm. 3, septiembre-octubre del 1929, pp. 345-346.

[73] Pelayo Fernández, Bibliografía crítica de Miguel de Unamuno (1888-1975), Madrid, José Porrúa Turanza, 1976.

[74] Luego ese interés continuará a través de algunos artículos en la revista Amauta. La influencia de Unamuno en autores como Mariátegui, Víctor Andrés Belaúnde, Mariano Iberico y otros será apreciable. Ver: César Pacheco, Op. Cit., pp. 176-184. Aunque desde principios de siglo, algunos de los Novecentistas como Riva Agüero, Belaúnde y García Calderón conocían a Unamuno a través de su correspondencia, ninguno de ellos realizó un trabajo sobre su vida y obra.

[75] “Carta de Mackay a Unamuno”, 6 octubre de 1930.

[76] Ambas tesis han sido publicadas en la revista Época. Revista de Historia Eclesiástica, (Perú), núms. 1 y 2.

[77] La Nueva Democracia era una revista publicada por el Comité de Cooperación de América Latina (CCLA) en la que escribieron muchos de los jóvenes intelectuales progresistas de América Latina. Sobre ella dice Sánchez: “...era un mensuario en el que el pensamiento libre de América, de la juventud americana, encontraba un asilo que no tenía en otras partes, ahí se podía expresar libre y controvertidamente todo tipo de ideas”, Luis Alberto Sánchez, “John A. Mackay y el Anglo-Peruano”, en revista Leader, op. cit., p. 52.