Arturo Piedra*
De entrada quiero reconocer que en éste trabajo hago
uso frecuente de algunos conceptos del filósofo español Ortega y Gasset sobre
la idea de las generaciones. Algunas de sus obras importantes en los que trata
el tema son: El tema de nuestro tiempo
(1934), y En torno a Galileo
(1965). A pesar de la antigüedad de sus ideas (más de siete décadas) encuentro
que su análisis es todavía útil en muchos aspectos. Asimismo, le doy crédito
también a Thomas Kuhn, en particular a su libro La estructura de las revoluciones científicas (1979).
Otro
aspecto que es importante advertirlo de antemano, es que aplico el concepto de
“generación decisiva” a los pioneros de la reflexión teológica latinoamericana
que se arriesgaron a ver, con clara sensibilidad y compromiso por el cambio, el
legado teológico y la vida pastoral a partir del la problemática social y, en
especial, desde el sufrimiento de los sectores más indigentes de esta región.
Finalmente,
apunto que en estas notas corre, de manera invisible, el anhelo de ver una
nueva generación evangélica asumiendo el liderazgo teológico y pastoral sin
necesidad de que aplique ninguna especie de “parricidio edípico”; una
generación evangélica contestataria que responda a las transformaciones de la
sociedad actual y a las mutaciones que viven nuestras iglesias evangélicas en
América Latina.
El concepto “generación” fue desarrollado de manera
especial por el filósofo español José Ortega y Gasset en los años de 1930 (ver
por ejemplo, El tema de nuestro tiempo
y En torno a Galileo). En el
contexto de un mundo atravesado por una gran crisis económica y política, este
filósofo percibió a las “generaciones” como un gran pivote que movía la
historia humana. Julián Marías reconoce precisamente que la primera teoría
sobre las generaciones se le debe a Ortega (Marías, 1949).
Para
Ortega las sensibilidades históricas que son decisivas en la historia se
presentan bajo forma de generación. Una generación ¾dice este
filósofo¾ “no es un puñado de hombres
egregios, ni simplemente una masa: es como un nuevo cuerpo social... que ha
sido lanzado sobre el ámbito de la existencia con una trayectoria vital
determinada... La generación es el concepto más importante de la historia, y,
por decirlo así, el gozne sobre que ésta ejecuta sus movimientos (Ortega y
Gasset, 1934, p. 7).
Apelando
al lenguaje de los naturalistas, Ortega ve que las generaciones son una
variedad humana, en la que sus miembros “vienen al mundo dotados de ciertos
caracteres típicos, que les prestan una fisonomía común, diferenciándolos de la
generación anterior” (Ibid, p. 8). Quizás en palabras más directas, la
comprensión del término “generación” nos viene de Mentré, quien la entiende
como “una manera de sentir y comprender la vida, que es opuesta a la manera
anterior, o al menos diferente de ella” (citado por Marías, 1949). Mentré
también ve la generación como una actitud frente a la vida.
Finalmente,
la presencia de una generación con conciencia histórica ¾según
Ortega y basado en una percepción de Stewart Mill de 1843¾, afecta
todos los órdenes de la vida: la política, la literatura, la pintura (citado en
Ortega, 1967).
Ortega
menciona cuatro actitudes generacionales que operan en la sociedad: a) los
“sobrevivientes” de la época anterior, fuera de la plena acción histórica, que quedan
como un “testigo” geológico y señalan de dónde viene la situación de que se
trata; b) los que están en el poder, aquellos cuya pretensión coincide en sus
líneas generales con el mundo vigente; c) La “oposición”, la generación con
eficacia histórica plena, pero que no se ha impuesto todavía, sino que lucha
con la anterior y trata de sustituirla en el poder y realizar las innovaciones
a que se siente llamada; y d) por último, la juventud que inicia una nueva
vocación y anticipa la salida de la situación actual (Marías, 1949, p. 182).
Por más
provocativo que nos resulte su enfoque de las generaciones, no es difícil
discrepar con Ortega por las ambigüedades y carácter subjetivo de algunos de
sus planteamientos. Por ejemplo su enfoque elitista de los intelectuales y sus
referencias, a veces, peyorativas de las “masas” y a su perspectiva del papel
mismo de la juventud, como un sector social, según él, poco protagónico en la
historia humana. Su enfoque de la persona vieja o longeva no es nada atractivo.
Quizás esto último se entienda dado que el desarrollo de la geriatría como
disciplina académica se da prácticamente posterior a Ortega. Por otra parte,
los cambios en nuestros tiempos son demasiado rápidos y pueden aparecer varias
veces en una misma generación. Esto se hace todavía más evidente si aceptamos
que cada cinco años, como están diciendo algunos sociólogos, la sociedad está
sufriendo cambios culturales importantes.
En la sociedad se da el intercambio, unas épocas más
activo que en otras, de distintos grupos que son en alguna medida
representantes de enfoques generacionales. Entre ellos destacan los siguientes:
1) Los
indiferentes: Estos son los que pasan la vida sin percatarse de lo que sucede
en su entorno, ni como funciona su sociedad. Son parte de este grupo, tanto
grande sectores de la población humilde como profesionales, hombres y mujeres
educadas. Ellos son los sectores que los gobiernos de turno arrastran y las
oligarquías nacionales los utilizan para aplicar sus políticas, a unos por su
inconsciencia del devenir histórico y a otros por su indiferencia social.
2) Los
tradicionales: Son aquellos que están conscientes que defienden un orden
heredado que no requiere mayores transformaciones. Es un sector que se manifiesta
incómodo con quienes buscan introducir cambios a cualquier nivel, y en
cualquier disciplina: iglesia, teología, sociedad, etcétera. Son los que al
final aceptan modificaciones, toda vez que no afecten las bases estructurales
del orden establecido.
3) Los
contestatarios: Son los grupos de personas que están convencidas de que la
sociedad en que viven requiere de cirugías necesarias. Los cristianos, y la
humanidad de este talante, están preocupados por la desigualdad social y las
injusticias que afectan a un sector inmenso de la población, y sueñan con una
reorganización que proteja a los más pequeños de la sociedad. Entre los
contestatarios se pueden mencionar tres tipos: Dos de corte pasivo y uno de
naturaleza activa:
3.1) Los
contestatarios pasivos: Pensemos aquí de los que en otra época se jugaron la
vida, pero que hoy por razones diversas ¾edad, salud, nuevas percepciones de la sociedad¾ se mantienen al margen de alguna presencia profética
visible. Estas personas añoran ser relevadas por una nueva generación que asuma
con mística y responsabilidad histórica los mejores valores del Reino.
3.2) Los
contestatarios pasivos: Aquí encajan tanto jóvenes como adultos que guardan
gran admiración por la generación antes mencionada, pero que no quieren
arriesgar su comodidad. Están conscientes que el mundo no puede seguir por la
ruta que va, y afirman la necesidad de cambios, pero a la hora de los hechos,
prefieren la seguridad que les da sus ocupaciones y sus círculos de
relacionamiento, sean éstos seculares o religiosos.
3.3) Los
contestatarios activos: Con estos nos referimos a ese grupo de hombres y
mujeres que no sólo tienen conciencia de que se puede hacer algo por un mundo
más acorde a lo que Dios quiere para su creación, sino que toman el legado de
quienes otrora se comprometieron socialmente y actúan conscientemente para
provocar cambios en el orden establecido. Ellos sienten que la trinchera donde
están ¾la iglesia, el sindicato, la
política¾ es un espacio apropiado
desde donde pueden dar su contribución al cambio histórico. Este grupo puede
componerse de distintos enfoques y generaciones, que aunque los une una
convicción del cambio sustancial que el mundo debe experimentar, mantienen
discrepancias acerca de las metodologías y medios para la consecución de los
fines. Quizás aquí pueda establecerse las diferencias que han existido entre
las propuestas teológicas de distintas generaciones latinoamericanas,
particularmente en cuanto a situaciones como la violencia, la lucha armada, o
la misma perspectiva y trascendencia de la sagradas Escrituras (Biblia).
La
reflexión generacional nos plantea un reto para comprender que sector de éstos
tiene mayor influencia en nosotros como teólogos o pastoralistas, y ver con que
“hombres” y con qué generación nos sentimos en familia. De todos modos, como
dice Ortega, preguntarse a qué generación pertenecemos, es en buena medida,
preguntar quienes somos. (Marías, 1949, 107).
Ya sabemos que el término “paradigma” lo hizo famoso
el físico e historiador Thomas Kuhn, en su libro Estructura de las revoluciones científicas (1979). Kuhn lo
usa para explicar los avances en la ciencia, contrastando la ciencia “normal”
con las revoluciones que vienen de un nuevo paradigma científico. El fondo de
su enfoque arroja luz a las ciencias sociales y, en nuestro contexto, a la
teología. El enfoque de Kuhn está relacionado con la renovación del liderazgo
que nos ocupa en estos días, porque traza las luchas que tiene un investigador
que, aunque ofrece soluciones viables a los problemas, enfrenta dificultades
para ser reconocido por una generación que tiene el control del saber y de la
enseñanza del conocimiento científico.
Estas luchas
que se dan a nivel científico tienen similitudes con el encuentro generacional
que reconoce la emergencia de una nueva conciencia humana que no necesariamente
tiene el reconocimiento “oficial” de los pioneros.
Quizás
vale la pena precisar los términos de Kuhn. Para Kuhn hay una “ciencia normal”
que es la que domina el escenario científico y que se basa en los logros de
avances pasados. El saber de esa ciencia es reconocido por alguna comunidad
científica que lo hereda a generaciones futuras por medio de los textos
educativos (Kuhn, 1979, p. 33). Este es el “paradigma oficial” que se basa en
teorías y métodos que los estudiantes tienen que seguir para llegar a ser parte
de la herencia.
Sin
embargo este “paradigma oficial” llega un momento que entra en crisis al ser
incapaz de resolver las “anomalías” o problemas con el conocimiento heredado y
en boga. Entonces aparece otro científico, por lo general joven, que sin la
dependencia absoluta de los métodos pasados, lograr resolver el nuevo enigma
científico. Kuhn, entonces, sostiene que este logro no se debió a la
administración de lo ya conocido, sino por un proceso relativamente repentino y
no estructurado. Sin embargo, a pesar de su contribución en la solución de
enigmas, no logra ser reconocido porque la comunidad científica no se lo
permite. Estos últimos son los que controlan las publicaciones científicas y
por ello tardan en darle espacio a los nuevos científicos que descubrieron
procesos por otros medios diferentes a los conocidos. Pero vendrá el tiempo en
que las nuevas generaciones logran ser reconocidas, dando con ello origen a un
nuevo paradigma que termina imponiéndose:
El esquema
de Kuhn nos sirve en esta discusión porque en el fondo lo que plantea es una
problemática generacional que, es el fondo, una problemática epistemológica que
termina resolviéndose con la aparición de nuevos paradigmas:
“Aunque a veces se requiere de una generación para llevar a cabo el
cambio, las comunidades científicas se han convertido una vez tras otra a los
nuevos paradigmas... Aunque algunos científicos, sobre todo los más viejos y
experimentados, puedan resistirse indefinidamente, la mayoría de ellos, en una
u otra forma, podrán ser logrados. Las conversiones se producirán poco a poco
hasta cuando, después de que los últimos en oponer resistencia mueran, toda la
profesión se encuentre nuevamente practicando de acuerdo con un solo paradigma,
aunque diferente” (Kuhn, 1979, p. 236).
El diálogo entre generaciones se puede hacer desde
varias ópticas, entre las que destacan las siguientes:
1.
Aceptación condicionada del otro. Los “viejos” reconocen y aceptan todo lo que
la generación “joven” diga y haga, en el tanto ésta última muestre que sus
planteamientos y posiciones, están en línea con sus ideas y preocupaciones. En
otras palabras, habría que demostrar una conducta “ortodoxa” con el pasado, es
decir, una actitud que no deseche la visión que otrora fue rectora en cierta
área del pensar, el saber y el actuar.
Los que en
un momento fueron los protagonistas y creadoras de una visión creativa del
mundo puede que se resistan a reconocer una generación sucesiva que difiera de
sus apreciaciones. Tal actitud abre un conflicto o crisis generacional donde el
saber y la contribución de unos y otros se vea atascado por prejuicios de
distinta naturaleza. Puede que los pioneros no quieran oír enfoques que no
partan de sus intuiciones y apreciaciones. Con ello impone y exige
inconscientemente, en el mejor de los casos, el reconocimiento de un aporte que
pretende ser inmutable e imperecedero.
Esto
explica el choque de generaciones que puede darse, a través del cual, la que
ayer marcó el paso demanda que sus presupuestos sean aplicados de nuevo sin
mucha discusión o análisis.
2. Rechazo
ciego del otro. Desde esta óptica la juventud y adultos aplican a las
generaciones precedentes el otro extremo de la posición anterior. Considera que
la conformación del mundo actual hace imposible que se repitan esquemas
pasados. Tiene que ver con la posición de rechazo que una nueva generación
pueda asumir del legado histórico y teológico de generaciones anteriores. Esta
es cada vez más la actitud que parecen reflejar los tiempos postmodernos con su
atracción por la novedad y la amnesia histórica de una generación que al
rechazar el mundo que otros construyeron, quiere “comenzarlo” de nuevo
partiendo de cero.
La
tendencia de una sociedad dominada por los anhelos juveniles y expresados por
una cultura marcada por la música (MTV Culture) nos hace pensar en la percepción
que Mendel vio venir décadas atrás, a saber, una sociedad en donde lo nuevo y
lo joven es lo que es digno de ser mostrado, una civilización, a diferencia de
las anteriores, “fundamentada en la innovación y no en la repetición” (Mendel,
1972, p. 129). El mismo autor advertía las dificultades que enfrentaría la
herencia pasada y sus representantes en una situación donde los principios
pasados estaban heridos de caducidad y la herencia enferma de muerte (Ibid,
p. 138).
Tal encuentro
o des-encuentro generacional bien podría tener su origen en los dos principios
que, según Ortega y Gasset, operan en la construcción de la historia: a) El
hombre constantemente hace mundo, forja horizonte y b) Todo cambio del mundo,
del horizonte, trae consigo un cambio en la estructura del drama vital (Ortega
y Gasset, 1965, p. 41) Por consiguiente, se preparan las condiciones que hacen
que el conflicto generacional sea más que todo, como dice Francis Shaeffer, un
“conflicto epistemológico” (1974, p. 51).
3.
Paternalismo generacional. En medio de estas dos posiciones, pueden darse
también diálogos o relaciones inter-generacionales que son también muy poco
constructivos. Una podría ser la comunicación basada en un paternalismo
ideológico, que, en el fondo, no sea más que la legitimación de una transición
pacífica de una generación a otra. Fue muy común ver esto en las relaciones
entre misioneros estadounidenses protestantes y el liderazgo nacional, en donde
los primeros se llegan a sentir cómodos siempre y cuando están seguros de haber
pasado “su visión y misión” a los nacionales. Pero esta misma problemática
aparece en todas las generaciones, sin importar su procedencia geográfica, que
sienten que han dado una contribución al pensamiento en cualquier disciplina.
Su poder con frecuencia tiende a ocultarse a en la sombra de quienes asumen la
dirección de sus instancias o en los cuerpos que tienen la responsabilidad de
elegir sus sucesores.
De ahí que
cuando encuentran que hay discordancia con sus posturas, se resistirá a
reconocer las virtudes en quienes, por una razón u otra, tendrán que continuar
la proclamación del evangelio. El punto aquí es que aunque no se refleje
conflicto o crisis generacional, encierra un problema mucho mayor, ya que señala
la ausencia de la “gestación” de una “generación decisiva”.
La
transición generacional de estilo paternalista se establece, entonces, a partir
de la clonación y reproducción que una generación hace de la otra. De ahí que
el resultado del reconocimiento de un liderazgo nuevo o generación alternativa
viene a representar, en mucho, la ausencia de creatividad. La “nueva”
generación no buscará entonces analizar críticamente el legado de la generación
anterior, sino que, en aras de reconocerla como generación alternativa, la
complacerá con una exaltación acrítica. La opción entonces es callarse y asumir
un papel repetitivo o alabar acríticamente o, en su defecto, prepararse para el
conflicto “edípico”. En síntesis, la solución tendrá que rebasar, por un lado, la
opción del servilismo intelectual y, por otro, la envidia que impide el
reconocimiento de las virtudes de otros.
Una
comunicación paternalista bien puede originarse en la alabanza de una
generación a otra, sin que haya habido un claro análisis de las motivaciones o
presupuestos teóricos de una u otra generación. Por un lado, se reconoce
acríticamente las contribuciones de una generación que hoy no está activa y,
por otra, la generación joven se evita la molestia de pasar por todo el proceso
que significa el tener un proyecto de vida y una reflexión alternativa al mundo
tradicional. Esto es muy negativo ya que una generación que sólo sabe aplaudir
está “deshonrando” a quienes merecen honra (“honrar honra”, José Martí), y
evadiendo la responsabilidad de abrir otras etapas de profundización de la
visión de una generación que fuera decisiva en otro tiempo.
El aplauso
sin la interlocución termina en el servilismo ideológico e intelectual.
Cualquiera que desea que le reconozcan sus méritos debe hacer suyo el consejo
de Eduardo Galeano a los periodistas: “...desconfiemos de los aplausos...
buscamos interlocutores, no admiradores” (Galeano, 1981, pp. 11 y 18).
En el
marco de un diálogo inter-generacional, la humildad que expresan los aplausos
de los aportes de otros, requiere, para ser completa, un descubrimiento de los
atisbos de esperanza que hay en su época y responder a ellos. La diferencia
está en la relectura que se haga del presente y en el reconocimiento de aquello
de otras épocas que ofrece algún servicio hoy, así como la identificación de
las ideas y prácticas que tuvieron significancia, pero que no arrojan luz al
presente. En suma, el seguimiento de una generación requiere una buena dosis de
interlocución y no de simple repetición.
Las generaciones viejas estarán, por otro lado,
recomendando a las actuales no vivir del pasado por más interesante y positivo
que éste haya sido. Con tal posición asumen, entonces, la tesis de Ortega y
Gasset de que vivir del pasado, por el simple pasado, significaría vivir en el
vacío. Esta percepción del pasado en la que las ideas y acciones se imponen a
toda fuerza, es lo que hace, en las palabras de Ortega, que la verdad se
reduzca a la creencia que lo que se cree es correcto, basado más en la
tradición que en la comprensión de sus implicaciones para la vida actual.
Ortega
diría que cuando se vive acríticamente del pasado, de los personajes e ideas
que hicieron historia en otro momento, lo que básicamente hace es darle al
pasado un uso fiduciario. En otras palabras, se asume el pasado como un cheque
del que se tiene seguridad que se puede hacer efectivo en cualquier momento sin
saber, a ciencia cierta, si se podrá cambiar en dinero constante y sonante.
En su
perspectiva de las generaciones, Ortega cree incluso que hay una tendencia
humana a vivir, ideológicamente, de a “prestado”. Este filósofo enseñó que una
actitud más reflexiva de nuestros pensamientos e ideas, revelaría que los
conceptos que guían u orientan nuestras vidas no son más que cheques sin
fondos, ya que el dinero que dice que vale no existe en ninguna parte. Es
decir, se vive con concepciones falsas que nos convierten, según Ortega, en un
banco que está intelectualmente en quiebra (Ortega, 1965, pp.34-35).
Sin embargo
esta confrontación de épocas y generaciones hay que tomarlas en la perspectiva
de Ortega, es decir como una polémica o contienda constructiva, y no de una
pelea entre una generación y otra:
“La polémica no es, por fuerza, de sino negativo, sino que, al
contrario, la polémica constitutiva de las generaciones tiene en la normalidad
histórica la forma de secuencia, discipulado, colaboración y prolongación de la
anterior por la subsecuente” (Ortega, 1965, p. 58).
Con lo anterior
se reconoce como verdad incuestionable el peso que el pasado tiene sobre
nuestros comportamientos, y que Ortega lo describe en estos términos:
“...el pasado es presente, somos su resumen, que nuestro presente está
hecho de la materia de ese pasado... es, pues, en principio indiferente que una
generación nueva aplauda o silbe a la anterior ¾haga lo uno o haga lo otro, la lleva dentro de sí¾” (Ortega, 1965, p. 60).
Pero
también se asume que cada generación enfrenta de manera diferente el cambio histórico,
en la comprensión orteguiana de la existencia de dos tipos de cambio histórico.
El primero es el de las transformaciones parciales: “cuando cambio algo en
nuestro mundo”, y el segundo, es cuando el mundo experimenta un cambio mucho
más profundo. Esto último, dice el autor, es lo que experimenta cada
generación, ejecutando una variación en la tonalidad general del mundo. Es tan
fuerte el cambio histórico que se da en éste último, que provoca que el
“hombre” se quede sin convicciones ¾y por tanto sin mundo ¾.
Los
cambios históricos le recuerdan a una generación, por insigne que sea, que sus
enfoques y aportes pueden, y deban, ser rebasados por otra generación. Viene al
caso entonces la impresión de Comblin en cuanto que las ideas de los teólogos
no deben tener una relevancia perenne, evitándose con ello todo
condicionamiento intelectual de las generaciones futuras:
“...Tenemos que renunciar a querer hacer una teología que nos
sobreviva. Al contrario, hemos de facilitar su desaparición en el momento en
que nosotros desaparezcamos. Es preciso que nuestra teología no estorbe a las
generaciones que vengan detrás de nosotros. Es preciso que dejemos el terreno
libre el día en que tengamos que partir. Es preciso construir una teología
eminentemente provisional, hecha en función de una situación particular”
(Comblin, 1977, p. 73).
1. Reconocimiento inter-generacional
En un diálogo intergeneracional la opción que
pareciera más sana es el intercambio abierto entre representantes de distintas
épocas o generaciones sobre la base de una mutua aceptación. Es decir, sobre
una sana comprensión de las generaciones que han marcado la historia en un área
específica y la nueva generación que, aunque respeta el legado, considera que
su reconocimiento pasa por su análisis y adaptación.
La
generación que hereda su experiencia y vivencias ha de entender que ella tuvo
que bregar con los conceptos del pasado inmediato que la precedió. De ahí que
la generación actual tiene el deber de hacer lo mismo con ella, a saber, revisar
su legado y depurarla en aquellos aspectos que es considerada rezagada, por
representar conceptos e inquietudes muy distintas a la de ellos, de cara a las
demandas contemporáneas.
Con ello
se hace necesario recordar la impresión de Thomas Jefferson cuando decía que
cada generación tenía el derecho de “comenzar el mundo otra vez”. Para éste
estadista, lo único que no se podía cambiar eran los derechos inherentes e
inalienables del “hombre”, y por ello creía que era conveniente que hubiera una
revolución cada veinte años (Bella, 1975). Comentando esta idea de Jefferson,
Erickson decía: “Dios nos libre de un período mayor de veinte años”.
Una
generación creativa tendrá que abrirse a un diálogo fecundo con las personas y
valores que son parte del legado histórico. De todos modos no hay discusión que
el presente está condicionada por la historia; o como dijo Augusto Comte: “los
vivos son esencialmente gobernados por los muertos” (citado por Marías, 1949,
p. 30). Como cristianos, estas palabras de Comte se nos vuelven más reales, ya
que asumimos el presente y anhelamos construir el futuro a partir de una gran
inspiración: el relato de Jesucristo que es tanto pasado como presente, así
como presente y futuro. De ahí que —como dice Ortega y Gasset— “mientras edifica
lo nuevo, tiene que defenderse de lo viejo, manejando a un tiempo, como los
reconstructores de Jerusalén, la azada y el asta” (1934, p. 5).
Valorar el
pasado con la recreación del presente es, para Ortega, parte esencial de la
vida, porque vivir es “una faena de dos dimensiones, una de las cuales consiste
en recibir lo vivido —ideas, valoraciones, instituciones, etcétera— por la
antecedente; la otra, dejar fluir su propia espontaneidad. Su actitud no puede
ser la misma ante lo propio que ante lo recibido (Ortega, 1934, p. 9).
Cualquier desconocimiento de la herencia por acentuar el presente dejará
huellas negativas en el espíritu de cada generación.
La
relación constructiva entre una y otra generación, que se enfrentan con
visiones similares pero con métodos y particularidades diferentes, confirman la
idea de Marías de que en vez de sucederse las generaciones como en fila india,
ellas se solapan o empalman, o al decir de Mentré, ellas están estrechamente
imbricadas “como las tejas de un tejado” (Marías, 1949, p. 154).
Este
planteamiento que supone una relación fraterna entre diferentes generaciones
redunda en el interés por entender mutuamente las tesis del otro, la de la otra
generación, a partir de la comprensión del contexto en que aparece. Con ello se
evitan las posiciones excluyentes de uno y otro lado, para contemplarse como
dependientes una del otro en su cosmovisión. La generación vieja, que dio su
aporte teórico en su momento, entenderá que la generación actual no
necesariamente tiene que asumir sus percepciones como un todo. Más bien espera
una evaluación y revisión de sus posiciones a la luz de los insumos sociales
coyunturales del momento, que quizás, ellos por razones diversas, no alcanzaron
a entender.
2. Responsabilidad generacional
Para Ortega y Gasset la esencia misma de la vida
humana nos invita a responder responsablemente a los acontecimientos
históricos. La generación que actúa de tal manera la llama “generación
decisiva”, que es más que individuos insignes y una mayoría pasiva. Es el grupo
humano que asume una actitud nueva ante la vida y que busca leer el horizonte
social desde ópticas diferentes a las pasadas.
Éste
filósofo no esconde sus posiciones elitistas que a veces le llevan a ser
despectivo con las mayorías sufrientes o con el pueblo (la rebelión de las
masas) y a exaltar una minoría selecta, esto último porque el filósofo cree que
la humanidad requiere de personas especiales que conduzcan los procesos
vitales. De ahí la trascendencia y validez de su convicción de que aunque para
una generación no es obligatorio poseer grandes hombres, no tenerlos es
simplemente lamentable (Ortega y Gasset, 1965, p. 70).
Sin
embargo, factores múltiples bien pueden actuar para que no se asuma dicha
responsabilidad. Uno de ellos, según el filósofo, es la juventud, quien para su
criterio, hasta cierta edad
(los 25 años) no hace más que asumir los valores y
conceptos de su entorno social, es decir “se entera del mundo de las
convicciones” (Ibid, p. 45).
Ortega
representa este período de la vida por una caravana dentro de la cual va el
hombre prisionero, pero eso no significa que lo llevan forzosamente cautivo, ya
que al mismo tiempo va de manera voluntaria y satisfecho: Va en ella fiel a los
poetas de su edad, a las ideas políticas de su tiempo, al tipo de mujer
triunfante de su mocedad y hasta el modo de andar (Ortega y Gasset, 1965, p.
50). Por otra parte, los acontecimientos de la vida le hacen notar que se puede
ser diferente al estilo que le impone la caravana en la que va. Por eso es que,
de cuando en cuando, ve pasar otra caravana con otros rasgos, la cual, según
Ortega, es la otra generación, que busca responder al orden presente. De ahí
que esta “generación cautiva” ¾según Ortega¾ se distancia del carácter creativo y responsable que
la humanidad es llamada a asumir:
“El hombre joven vive para sí. No crea cosas, no se preocupa de lo
colectivo... le falta aún la necesidad sustancial de entregarse verdaderamente
a la obra, de dedicarse, de poner su vida en serio y hasta la raíz a algo
trascendente de él” (Ortega y Gasset, 1965, p. 64).
Ortega
liga esta responsabilidad generacional con el ejercicio intelectual que nos
demanda la “faena de vivir” al servicio de la vida, que no es más que pensar,
tener ideas de lo que nos rodea. Esto supone que deben ser ideas propias,
fraguadas a partir de las demandas contemporáneas (Ibid, p. 124). En
este sentido el carácter inconcluso que Ortega le asigna a la vida, como algo
en proceso de ser, hace que el razonamiento y el pensamiento opere como la
brújula del ser humano. Todavía más, la razón, para él, no es otra cosa que la
vida misma (en Marías, 1949, p. 80).
El
“pensar” entonces es parte fundamental de la aparición de una “generación
decisiva” que por su misma constitución hace que afirme su naturaleza histórica
en donde la novedad y el cambio es fundamental, a diferencia de las vivencias
“ahistóricas”, que hacen que el mundo sea estático y las sociedades se repitan
y se sucedan los mismos patrones. El teólogo evangélico, John Stott, diría que
la ausencia de pensamiento es señal de una fe defectuosa, porque la fe es
esencialmente pensamiento: “el hombre de poca fe no piensa” (Stott, 1974, p.
45).
Pero para
Ortega la vida responsable de una generación que busca comprender su medio y
contribuir a su modificación también hace que se diferencie del grueso de la
población, o del vulgo, como él le llama:
“No es admisible que las
personas obligadas por sus relevantes condiciones intelectuales a asumir la
responsabilidad de nuestro tiempo vivan, como el vulgo, a la deriva, atenidas a
las superficiales vicisitudes de cada momento, sin buscar una rigurosa y amplia
orientación en los rumbos de la historia. Porque ésta no es un puro azar a toda
indócil previsión” (Ortega y Gasset, 1934, p. 15).
Esa generación
responsable no hace más que resistirse a ser arrasada por el status quo o el “mundo vigente”
como le llama Ortega. Las “circunstancias” no pueden ser obviadas por los
humanos (“yo soy yo y mis circunstancias”) porque aparecen, a veces como imposiciones
inevitables; sin embargo, eso no quiere decir que con las circunstancias
impuestas traigan consigo una determinada respuesta a ellas. De ahí que la
responsabilidad histórica es un factor clave para apegarnos o safarnos del
orden social heredado: “...que algo sea vigente no quiere decir que
forzosamente sea aceptado. Se me imponen las vigencias, pero no me es impuesta
mi reacción frente a ellas” (Marías, 1949, p. 94).
Los tiempos presentes parecen no vislumbrar una
generación contestataria que esté dispuesta a releer y a vivir la historia de
manera creativa. El impacto de eventos mundiales como la caída del socialismo,
y con él la consolidación de un mundo unipolar, y el dominio de éste de los
medios de comunicación colectiva, hace que se dificulte aún más la aparición de
la disidencia social. Ideólogos del orden imperante como Fukuyama, dicen que se
está en un paradigma de “fin de la historia”, un estado de “cosas” en donde
pareciera que la búsqueda de la justicia social ha venido a ser una especie de
pieza de museo.
Todo ello
se refuerza con un modelo educativo caracterizado por un desprecio a las
humanidades y un dominio de la tecnocracia basada en la informática. Los
centros de educación superior viven en nuestra época una crisis inspirada, en
gran medida, por la privatización de la oferta educativa, en la que pareciera
que es más importante el tiempo que se dura en hacer una carrera, que en la
calidad que se ofrece al graduando.
Lo que
está marcando el talante de estos tiempos es la influencia del “tecnócrata” que
exalta la eficacia como fin en sí mismo, en desmedro del arte y la cultura y la
promoción de un tipo de “hombre”, cada vez más interesado en lograr sus objetivos
personales, sin importar mucho el bienestar de la colectividad.
Las
humanidades, en este marco, aparecen entonces como un peligro para una sociedad
que lo que dice necesitar son técnicos; además de que sus grupos dominantes
rechazan la conciencia crítica que generan los estudios humanísticos y
generales. Todo ello explica la tendencia de los gobiernos latinoamericanos a
desfinanciar carreras como la sociología o las ciencias políticas, y en general
las artes que promueven una actitud crítica ante las injusticias sociales y la
conciencia lúdica que no es tan productiva según el concepto de eficacia de los
tecnócratas.
En
síntesis, uno de los mayores enemigos de la gestación de una conciencia
generacional singular es producto de lo que Mardones llama “la paralización del
pensamiento crítico”. Está claro que una generación alternativa requiere de
insumos educativos alternativos a la conformidad con el orden presente; aunque
ello no quiera decir que toda persona educada e intelectual, sea parte de un
sector que añore cambios sustanciales en el orden de la vida. Las naciones
pueden tener más y más graduados universitarios, pero ello puede estar
ocultando la ausencia de una capacidad de reflexión crítica que, por lo
general, puede tener un obrero o campesino.
Para usar el lenguaje de Ortega y Gasset, una
“generación decisiva” es aquella que toma conciencia del malestar social en que
vive y asume su responsabilidad en revertir los acontecimientos que deshumanizan
la existencia. También es aquella que vive inconforme con los niveles de
pobreza e injusticia social que marcan su medio. En los términos de Ortega, es
la que ante un cambio histórico profundo comienza a articular “los nuevos
pensamientos con plena claridad y completa posesión de su sentido: una
generación, pues que ni es todavía precursora, ni es ya continuadora” (Marías,
1949, p. 101).
Tiene,
entonces, una gran preocupación y conciencia histórica. Por otro lado, es un
grupo humano que trasciende los maquiavelismos que se expresaron en las
antiguas etiquetas ideológicas y el interés excesivo por un lenguaje político
correcto. Asimismo, le preocupa mucho la situación estructural del mundo a
nivel global, pero no se queda paralizado en la complejidad de la problemática
humana, sino que tiene un compromiso local. Es decir, es una generación que
piensa globalmente pero que actúa localmente.
Es el
grupo social que no acepta para nada la ideología del “fin de la historia” de
los defensores del mundo unipolar capitalista, ni el cierre de horizontes
proféticos que están incluso expresando algunos activistas sociales y
pensadores progresistas. De ahí que a la “generación decisiva” le caracteriza
toda una espiritualidad basada en la esperanza y en la posibilidad humana de
encontrar salidas a las “anomalías” que parecen no tener solución. Es una
generación cuya espiritualidad se arraiga en la convicción de que Dios está
vivo y presente y, por ello, mantiene una actitud de oración y acción.
Es una
generación que experimenta “una mística de ojos abiertos”, es decir, una
relación seria con Dios que no lo saca de la realidad, ni vive en un mundo
ficticio de creencias y prácticas religiosas inocuas. Finalmente, una
“generación decisiva”, a nivel teológico y pastoral, abriga un proyecto de vida
que intenta atraer la atención de las mayorías, aunque su recepción venga, por
lo general, de minorías importantes. Finalmente una generación que quiera
contribuir al bienestar humano es estudiosa de las generaciones decisivas que
le anteceden, estudiosa de sus postulados y las circunstancias que rodearon su
gestación y gestión. De ahí que una nueva generación no solo evita repetir las
prácticas de otra generación sin estudiarlas a fondo, sino que evitar ser
meramente repetitiva. Es entonces una generación dialógica con sus antecesores
y maestros y no excluyente del pasado per
se.
5. Preguntas obligadas
El intercambio generacional plantea una serie de preguntas
obligadas que hay que valorar. Entre ellas están las siguientes:
1.
¿Se observa una generación
decisiva en el horizonte evangélico latinoamericano?
2.
¿Cuáles son los rostros de
esa generación?
3.
¿En qué proceso de gestación
o gestión está la nueva generación?
4.
¿Qué influencia está
teniendo hoy esa “nueva” generación?
5.
¿Qué paradigma teológico
asume esa generación?
6.
¿Qué impacto en lo teórico y
práctico está teniendo esa generación en los círculos cristianos evangélicos?
7.
¿Qué está facilitando u
obstaculizando el desenvolvimiento de una generación contestataria?
8.
¿Qué aporte está dando la
generación “pasada” al surgimiento de otra generación evangélica?
9.
¿Qué enfoques desea la
generación “pasada” que se conserve en la generación “presente?
10.
¿Qué actitudes e ideas la
generación pasada desea no ver en la generación “actual”?
11. ¿Qué conoce la
generación “actual” de la pasada y viceversa?
La
pregunta entonces que nos surge es si esa generación decisiva está ya operando
en los círculos teológicos latinoamericanos. Una generación decisiva no está
caracterizada por la juventud de un grupo de personas. Tampoco una generación
está de retirada por su longevidad. Una nueva generación ha de reunir factores
adicionales como la percepción sociológica y sobre todo un proyecto de vida
alternativa, tanto intelectual como existencial, al modelo de vida ordinario.
No hay duda que el debate generacional está minado de
preguntas sin respuestas que tienden a nublar un sector humano que esté buscando
responder de manera creativa y responsable a los desafíos que nos presenta este
mundo postmoderno y unipolar. Pero es inevitable dejar de creer que, haya o no
haya diálogo intergeneracional, la aparición de una “generación decisiva”
estará siempre en el horizonte.
Bella, Robert N. The Broken Covenant: American Civil
Religion in Time of Trial, New York, Seabury Press, 1975.
Comblin,
Joseph “Teología, ¿qué clase de servicio?”, en Rosino Gibellini, La nueva frontera de la teología en América
Latina, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1977.
Kuhn, Thomas. La
estructura de las revoluciones científicas, México, Fondo de Cultura
Económica, 1979.
Mendel, Gerard. La crisis de generaciones,
España, Ed. Península, 1972.
Ortega y Gasset, José. El tema de nuestro tiempo,
Madrid, Revista de Occidente, 1934.
____________ Historia
como sistema, Madrid, Espasa-Calpe, 1971.
Shaeffer, Francis. El está presente y no está callado, Barcelona, Logoi, 1974.
Stott, John. Creer
es también pensar, Buenos Aires, Ediciones Certeza, 1974.
©
Fraternidad Teológica Latinoamericana - www.fratela.org
Revista electrónica Espacio
de Diálogo, (Fraternidad Teológica Latinoamericana), núm. 1, septiembre-diciembre
del 2004, www.cenpromex.org.mx/revista_ftl/num_1
* Profesor de la Universidad Bíblica Latinoamericana, San José, Costa Rica, y Secretario regional de la FTL para México y América Central.