CRITERIOS BÍBLICO-TEOLÓGICOS PARA UNA ADORACIÓN CONTEXTUAL Y PASTORAL

(Primera parte)

 

Sergio Ulloa C.*

 

 

 

¿Cuál es la tarea pastoral que se desprende de una reflexión bíblico-teológica en torno al vínculo o relación entre adoración y contexto, ante la realidad que enfrentamos no de una época de cambios sino de un cambio de época? En este sentido, tenemos que definir primero, cuáles son las fuerzas constructoras de la vida que el Evangelio anuncia, y que pueden ser ubicadas en nuestro contexto, así como discernir ¿cuáles son las fuerzas destructoras de la existencia que muchas veces no se notan a simple vista, pero que socavan los cimientos mismos de la fe, pues distorsionan la imagen de Dios y promueven una adoración falsa o deteriorada?

 

         Hay de adoraciones a adoraciones: Hay adoraciones enfermizas que no promueven la salud integral del ser humano; hay adoraciones evasivas, pues evaden la realidad que viven y se mantienen sin compromiso por transformarla; hay adoraciones de importación, pues no toman en cuenta el contexto cultural e histórico y más bien copian otras expresiones litúrgicas que son ajenas a su idiosincrasia; hay adoraciones de consumo, pues se hace de la fe un objeto de comercialización, un producto en donde entra en juego la oferta y la demanda haciendo de la fe una religión de mercado; hay adoraciones del espectáculo, pues convierten el culto en “show”, sustituyendo la ética por la estética; hay adoraciones escindidas, pues, por un lado, las exclusivamente racionales de cara a la represión corporal, y por otro lado, las expresiones emocionalistas, que son guiadas por criterios meramente viscerales; hay adoraciones individualistas, pues sólo importa la relación vertical sin hacer vida en comunidad; hay adoraciones ritualistas, pues convierten la vida litúrgica en expresión ceremonial de unos pocos y no en celebración participativa de un pueblo en fiesta.

 

         Podríamos decir que todas estas manifestaciones en la adoración al Dios de la Vida son adoraciones idolátricas, pues todas ellas manejan falsas imágenes de Dios, proyectando sus propios intereses e ideologías por encima de la Revelación bíblica. Ante esta problemática, ¿cómo celebrar al Dios de la Vida sin caer en estas expresiones de adoración idolátrica? También hemos que plantearnos ¿cómo adorar a Dios con significativos cimientos bíblico-teológicos donde se pueda expresar plenamente, y con arte, nuestra propia cultura?, ¿cuáles son los criterios pastorales de nuestras liturgias? Intentaremos contestar aquí algunas de estas preguntas.

 

         Estas preguntas siguen vigentes en todo el mundo de habla hispana. Todavía hace falta caminar mucho en el área de la adoración contextual, con expresión artística y profundamente teológica. Ciertamente, estamos ante una tensión: Por un lado, no podemos deshacernos de un plumazo de tantas expresiones litúrgicas y de himnos clásicos, que aunque pertenecen a una cultura en particular son patrimonio de todo el pueblo de Dios; por otro lado, no podemos seguir importando formas y lenguajes culturales para adorar al Dios que también nos hizo a nosotros, con todos los atributos de nuestra cultura: lengua, música, poesía, valores estéticos, e idiosincrasia en general.

 

         Para empezar, creo que es necesario pensar en dos líneas paralelas: a) los fundamentos bíblico-teológicos, y b) el contexto con visión pastoral. (Como las dos vías paralelas del ferrocarril). Para lograr una liturgia pertinente a nuestra realidad, necesitamos profundizar teológicamente y situarnos en nuestro contexto. Y desde una teología contextual, tener un entendimiento adecuado ¾y una práctica pastoral consecuente¾ de lo que es una adoración situada y ubicada; lado a lado desde una sensibilización a lo que es nuestro contexto y a la vez estar despiertos a la realidad que nos rodea. Esto nos permitirá que el tren de la adoración marche adelante sin problemas. Si pretendemos vivir sólo en uno de los rieles nuestro tren se descarrilará, ya sea por el lado de la devoción bíblica desconectada de todo contexto, en franca negación de la encarnación del Señor; o ya sea por el lado del desarrollo de formas culturales autóctonas y la mucha composición, producción de recursos litúrgicos y con expresión artística pero sin un fundamento bíblico-teológico y sin criterios pastorales. Esto puede desembocar en prácticas enajenantes sin una teología seria propia.

 

 

I. La Adoración

Hoy en día hay mucha confusión respecto de lo que es la adoración. Se ha esparcido mucho una idea que no tiene fundamento bíblico ni teológico. “Se dice que adorar es pasar unos momentos de intimidad con Dios, acompañados de música suave, después de haberle alabado con música más movida. Así, los grupos de música de las Iglesias dividen sus ensayos en “música de alabanza” y “música de adoración”.[1] Por supuesto que en la adoración hay encuentro, pero las bases bíblicas de ese encuentro no dan lugar a la explicación simplista de que “después de un rato de alabanza ya estamos listos para entrar en la adoración”.[2] Es necesario hacer un repaso de las bases bíblicas y teológicas de la adoración.

 

         Entenderemos por liturgia la respuesta intencional de la congregación a Dios. Donde se expresa todo lo que viven los congregantes. Es la reflexión acerca de la presencia y actividad de Dios que ha experimentado la congregación.[3] Así se forma como el conjunto de acciones, símbolos, gestos, palabras, por cuyo medio la comunidad de fe expresa y manifiesta su adoración a Dios. La adoración ha de fundamentarse en verdades bíblicas. Primero, en el hecho de que Dios ya ha venido a nosotros en Jesucristo (2 Co. 5:19). Además, con una ética comunitaria de cara al Reino de Dios y su Justicia (Mt. 6:33).

 

         La adoración ha de tomar en cuenta la trayectoria que los cristianos de otras generaciones han tenido y ubicarse en esa línea con humildad, sin arrogancia de pretender invalidar otras expresiones de fe. Por otro lado, también queremos defender la convicción de que Dios sigue inspirando y moviendo a su pueblo a descubrir su propia expresión de adoración.

 

         La adoración verdadera no puede caer en una mera adulación ni ser la plataforma de una autoadoración que solamente autoafirma las mentalidades enfermizas. En palabras de Joel Sierra, adorar “es vivir la vida de rodillas frente al Dios verdadero, y de pie frente a los ídolos de este mundo”.[4]

 

 

1) Acercamiento Bíblico: El culto en la perspectiva de los Salmos

El culto en la perspectiva de los Salmos se expresa poéticamente. Es lenguaje que busca espontáneamente una sonoridad que le acerque a la música y una expresividad más concentrada, intensa y vigorosa del sentimiento del poeta. Para ir más allá del lenguaje común, la poesía construye su vocabulario propio, los términos más nobles y menos gastados por el uso diario.

 

         Analizaremos algunos aspectos que se encuentran en los salmos 84, 48 y 22, a fin de descubrir el sentido de la experiencia cúltica del salmista, expresión de la fe de Israel. En el salmo 84 se hace referencia al lugar del culto, la procesión del culto y la participación comunitaria que en él se da. En el salmo 48 sobresale el culto como fiesta, como expresión crítica de Dios y como fiesta mesiánica. Por último, el salmo 22 nos confronta con la dimensión del sufrimiento, para terminar con un canto triunfal de victoria aun en medio del quebranto.

 

         La pertinencia de analizar los salmos desde una perspectiva cúltica (independientemente de su uso en la liturgia judía) apunta a la formación de una liturgia congregacional, que dé cuenta de todo lo que Dios significa para su pueblo. Son claras las tensiones que aparecen en la adoración del pueblo de la tierra, inmerso en sus circunstancias históricas, sociales y religiosas. No es poesía que se exima de la realidad, sino que se vive como expresión de fe en medio de necesidades cotidianas, con perspectiva de eternidad. Su pertinencia se da en la medida en que nuestra liturgia se enriquezca ahora y en el peregrinar cotidiano hacia el culto escatológico de la reconciliación final.

 

         Atender a las circunstancias del pueblo de Dios hoy, a la expresión de su fe de acuerdo a su contexto, y alentar a que se escriban salterios congregacionales, ha de ser labor de quienes ministran al pueblo de Dios. Reconociendo que en el fondo se trata de una tensión espiritual que provoca en nosotros la fe en el Hijo de Dios y las formas concretas en que ésta se articula desde nuestra propia realidad personal, familiar, comunitaria y social. Articular la poesía con la música y estructurarla en liturgia es herencia que hemos recibido del Salterio y de la himnología occidental. Enriquecerla con nuestras propias características es labor que está por delante.

 

 

a.    El lugar del culto (Salmo 84)

Anhela mi alma y aún

ardientemente desea

los atrios de Jehová...

 

El lugar para celebrar a Dios es importante y sagrado no por el lugar en sí mismo, sino porque allí se revela Dios. El hecho de que el templo sea morada de Dios es porque manifiesta su cercanía y cuidado. Aunque en los mismos salmos se expresa que su verdadera morada son los cielos (2:4; 11:4; 18:13; 33:13; 73:25; 80:14; 89:6; 102:14; 103:19; 115:3).

 

         Sin embargo, la fe de Israel es consciente de que la adoración al Señor no sólo es posible en determinados lugares y a determinadas horas, sino que es posible a toda hora. Elocuentemente este salmo así lo manifiesta, siendo éste un canto de los peregrinos, que desde regiones lejanas del país pueden “ver” a Jerusalén y desde donde están adorando con gozo. También es normal que en los momentos de la peregrinación se eleven oraciones de intercesión (v. 9).

 

 Bienaventurado el hombre que

 tiene en ti sus fuerzas, en cuyo

 corazón están tus caminos.

 

         El lugar de revelación nos muestra también que es allí de donde pueden tomar energías, visión y conocimiento de Dios. Ir a Jerusalén a adorar es expresión simbólica de entregar la vida al Dios de Israel. El lugar es un testimonio que acentúa el carácter histórico de la revelación. La reunión de las ovejas de su prado es muestra de fidelidad a la voluntad histórica de Dios.

 

Porque mejor es un día

en tus atrios que mil

fuera de ellos.

 

         La presencia de Dios en el templo es seguridad para los suyos. Allí el ser humano puede ser revitalizado para mantener su integridad (v. 11) y su espíritu ser sintonizado en la mente de Dios (v. 12); allí se sacian y reciben las delicias del Señor en torrentes. Todo lugar de culto ha de ser centro de la revelación de Dios, donde su presencia se manifieste al propiciar que toda la comunidad sienta su cercanía, tome energías, adquiera conocimiento divino, permanezca confiada y se palpe la historicidad de Dios; puesto que este lugar es centro de esperanza y base del testimonio de su actuación.

 

         Sin embargo, un gran peligro es convertir el lugar de adoración en instrumento de poder y de exclusión. En esto se convirtió el proyecto de un templo para Dios en tiempos de David, que buscaba centralizar en Jerusalén no sólo la plataforma político-militar sino también la religiosa. Por ello el templo fue signo de deshumanización:

 

“Era en el área del templo donde la sociedad se podía hacer consciente de cuan estratificada e hiperfragmentada estaba el conjunto de relaciones humanas. El atrio externo era el de los gentiles (paganos excluidos de ser “el pueblo de Dios”). Al penetrar en el atrio interior, cualquiera podría apercibirse de un gran letrero de exclusión escrito en griego y latín: “Prohibida la entrada de gentiles, bajo pena de muerte” (Hechos 21:28). Los gentiles no podían entrar allí, por ninguna de sus nueve puertas, pues era una profanación a la santidad del templo”.3

 

         Es un desafío hacer del lugar donde se revela el Dios de la historia un lugar de paz, de reconciliación, de inclusión y de esperanza para que todos los pobres y excluidos puedan ser humanizados. Ya no más santuarios —como el de Jerusalén— convertidos en “cueva de ladrones” y signo de exclusión y relaciones humanas fragmentadas; sino santuarios como signos de las nuevas relaciones que rompen todo tipo de barreras como sexismos, racismos y estratificaciones derivadas de la injusticia socio-económica.

 

 

b. La procesión al culto

Atravesando el valle de lágrimas

lo cambian en fuente, cuando la

lluvia llena los estanques.

 

 

En todas las grandes fiestas hay peregrinaciones hacia el templo. El poeta parece aludir concretamente a la de los tabernáculos en otoño, cuando las primeras lluvias traen la bendición de Dios sobre el país (v. 6).4 Es desde esta experiencia de fe que surge el anhelo por la casa de Dios. El culto no está hecho para los aficionados sino para el ser humano que gusta vivir en fiesta, que se alegra y se manifiesta con júbilo en la comunidad por las bendiciones recibidas.

 

         Los salmos no surgen de situaciones ajenas a la fe del peregrino o del poeta, sino de las experiencias de fe que se expresan en poesía y oración. La experiencia humana de adoración, poéticamente expresada en el salmo, no es una simple proyección ni un mero deseo infantil, porque aunque parezca que el ser humano toma la iniciativa de buscar al Señor en su santuario, es movido por el Espíritu Santo. Los salmos poseen el carácter de ser el espejo de Dios. Una oración a Dios, es inspirada por Dios mismo, formada por Él sobre labios humanos. Dios ya ha acompañado antes de expresar los murmullos de las oraciones o las exaltaciones de júbilo, las alabanzas o la explosión de alegría de los cantores de su triunfo y de su creación, elaboradas en las reflexiones de sus poesías; por ello, pueden manifestarse todas estas expresiones.

 

         Dios canta, anhela, espera, ama intensamente el lugar de su refugio, prepara el corazón; se encarna en lenguaje, en estos versos que golpean al ritmo de los desfiles de expectación y ansia y por la urgencia de la comunión compartida. Sencillamente Dios lo hace así, para que nos apropiemos del salmo como realidad de vida. Así como el enamorado que ha encontrado el poema que dice lo que siente su corazón por la amada y que no tiene mejores palabras para expresarle su amor.

 

         Los salmos nos enseñan que el culto no es sólo el momento para comprender la experiencia de Dios o discernir el contexto vital, sino de llegar a la apropiación básica de vivirla en carne propia. El Espíritu que inspiró los Salmos y que alienta en ellos, promueve en nosotros una experiencia de fe semejante para suplicar o alabar, interceder o cantar, pero en cada caso en la compañía de Dios.

 

 

c.    Participación comunitaria sin afán protagónico

Bienaventurados lo que habitan

 en tu casa perpetuamente te alabarán.

 

Al pueblo no sólo se le invita al culto a ver o simplemente asistir al asombro de un espectáculo bello. La adoración no surge a partir de la belleza sino de la profunda participación del pueblo en gratitud y alabanza. Es el sentir del corazón y del alma lo que hace bella la adoración. En el culto no todo reposa en un solo personaje sino descansa en la comunidad que no sólo asiste pasivamente; su asistencia ferviente en el peregrinar hace del culto su belleza. No sólo es suficiente su presencia sino su acción y su actitud, no sólo para ocupar un lugar, sino para alabar y orar, habitar y permanecer. Por ello, el culto no es ceremonia sino celebración. Esto significa que su fin primario no es adorar a partir de su belleza sino celebrar el encuentro de Dios y su pueblo. En el culto no hay celebrante individual en un afán protagónico sino una comunidad en fiesta, que con un mismo sentir y actuar realizan su participación según sus dones y ministerios.

 

         La participación es de creencia nacional. Se manifiesta en el anhelo de asistir y preparar el corazón para amar a Dios con las gratitudes que se manifiestan en lágrimas con los cánticos inspirados y la adoración ferviente. Con la búsqueda para satisfacer el hambre y la sed de Dios al sintonizar todos los sentidos y las experiencias anteriores al reconocimiento de las acciones de Dios, en la comunión con Dios compartirá, con la familia y con la esperanza, de oír y sentir muy cerca al Señor con humildad y la paz de espíritu, con expresión poética y formación teológica. Así se participa y se celebra un culto lleno de vitalidad y acción. Se participa desde la hora de la procesión y peregrinación, en donde todo el pueblo sale, se acompaña con voz de júbilo mientras llega la hora de la reunión cúltica.

 

         El culto es fiesta participante, porque fiesta sin participación se ahoga en lo estético y no es más que un cadáver ceremonial. La participación sin sentido de fiesta a Dios cae en una enfermedad del espíritu y del emocionalismo.

 

 

d. El culto como fiesta y no como orgía de la superficialidad y de la frivolidad (Salmo 48)

Grande es Jehová, y digno de

ser en gran manera alabado

en la ciudad de nuestro Dios,

en su monte santo. Hermosa

provincia, el gozo de la tierra.

 

El significado del Señor para los israelitas y cómo respondieron éstos al diálogo que Él había comenzado, es lo que formó el culto como fiesta. Allí afirmaban con cantos y danzas, gritos y gestos su admiración y deleite en Él, su reacción sincera y de todo corazón ante la Gloria que se les había revelado. Con gratitud y entusiasmo, ellos daban testimonio del Señor y proclamaban a los hombres sus maravillosas obras.

 

         De niños se nos ha enseñado a temer a Dios pero no a gozar de Dios. Este salmo, ubicado en su función litúrgica viva, nos enseña a experimentar lo que significa estar gozoso en el Señor. Por consiguiente, el culto es para deleitarse y glorificar concretamente en el lugar de adoración, por causa de la bendición y presencia del Señor en él. En el culto se manifiesta la alegría del espíritu y el eco liberador de la revelación, puesto que la experiencia de la presencia de Dios es el más regocijante sentimiento que se puede sentir. Sin embargo, en la orgía de la superficialidad se pervierte el sentido de la fiesta pues la gente se entrega al festejo haciéndose ajena al dolor y a la opresión. Harvey Cox lo expresa de la siguiente manera:

 

“...el verdadero festejo, más que ser una huida frente al hecho de la injusticia y el mal, alcanza la máxima autenticidad allí donde tales realidades negativas son reconocidas y afrontadas, y no donde se las rehuye”. [5]

 

         En la orgía de la frivolidad se es incapaz de manifestar originalidad y creatividad. Solamente se imitan expresiones ajenas y se cae en un mero convencionalismo.

 

 

e.    El culto como expresión crítica de Dios

Porque he aquí los reyes de

la tierra... se turbaron a huir...

con viento solano quiebras tú

 las naves de Tarsis.

 

Un buen diagnóstico del mal es ya una liberación. Se ha dado un gran paso cuando la descripción del mal acota el lugar afectado y le obliga a salir de su escondrijo. Aquí encontramos no sólo esta precisión sino una forma que pone las grandes verdades al alcance de la mano. Pero obligándonos al mismo tiempo a buscar el secreto de las verdades (v. 8). El lugar de la crítica de Dios es el culto (v. 9). Por medio de la crítica a lo malo y lo idolátrico, la fiesta se convierte en aprobación de la existencia y a la vez en expresión de la alegría de la vida.

 

         Allí donde se alaba e intercede, también se desenmascaran las armas del mal y se descubre lo que se oculta bajo la violencia y la mentira, bajo el uso del poder y de la cultura dominante. Cuanto más radical es un mal, tanto más se expresa en los salmos ¾con imágenes o con realidades¾ para denunciar el pecado que se comete y el que acecha. Los salmos nos despiertan, obligándonos a ver cómo nos ataca el mal. El peor mal es no verlo. Hoy vivimos tiempos donde florecen comunidades domesticadas que no levantan su voz para criticar la realidad social, económica, política etc. También hay las que no se les permite la autocrítica. Este apartado nos hace un llamado para que hoy más que nunca actualicemos la crítica de Dios en nuestras liturgias.

 

 

f.       La fiesta mesiánica: lugar de la imaginación y los sueños

Porque este Dios es Dios

Nuestro eternamente y

Para siempre; él nos guiará

Aún más allá de la muerte.

 

La presencia de este verso insertado en el salmo se convierte en enseñanza de un mesianismo escatológico. Éste hace del culto una fiesta mesiánica, que por la visión de triunfo y la esperanza anhelada se puede gozar ya de las promesas de Dios que se hacen manifiestas. Se celebra anticipadamente para decir que la realidad no tiene la última palabra. La fatalidad de la historia se rompe, la fuerza del mal es neutralizada y la muerte pierde su poder. El culto es una alternativa que se celebra festivamente y se introduce en la vida alienada y sin libertad como anticipación y símbolo de victoria. El culto mesiánico amplía el sentido de la celebración, agregando a la solemnidad, la espontaneidad de lo festivo. Esta espontaneidad lejos de causar molestias son contribuciones creativas. El culto no es para reprimirse o distanciarse, ni para descontrolarse o buscar la excitación del sentimiento, sino para que la comunidad exprese una vida gozosa, transformada y en esperanza.

 

         Este y otros salmos mesiánicos nos enseñan que el culto es promesa de la renovación espiritual. Que proclama la negación del poder político y militar, económico e ideológico, para dar apertura al sí de Dios. Esto significa que el culto tiene elementos de sobreabundancia, al iniciar una vida mesiánica transformada y con una nueva calidad existencial. Aunque es menester señalar que solamente hay una fiesta mesiánica si hay un pueblo que se considera comunidad mesiánica. Si una Iglesia se concibe a sí misma como sujeto de sus reuniones, entonces las configurará como fiestas de su propia historia con Dios. Si queremos alguna reforma del culto, tenemos que empezar con la comunidad desde abajo; esto es, de su auto-organización conforme a la palabra, a sus promesas y a sus desafíos.5 Si la comunidad cúltica es la práctica de la era mesiánica, entonces el culto es por excelencia el verdadero espíritu de fiesta.

 

 

g.    Solidaridad en el dolor (Salmo 22)

Clamaron a ti y fueron librados...

más yo soy gusano, y no hombre;

oprobio de los hombres y

despreciado del pueblo.

 

Junto con la alegría de la libertad, se expresa también en el culto el dolor por los desalientos, las carencias de la vida y las injusticias recibidas. En la fiesta cúltica se expresan las lamentaciones del pueblo de los Salmos y el grito desde lo profundo de la vida. Allí la comunidad clama por los que no puedan hacerlo. Adoran por los que están cautivos. Lloran por los que ya son insensibles. Se lamentan por los que no son escuchados. Es identificación con el pueblo mudo, prisionero y sufriente. Nadie ha de callar el tormento que experimenta o que vislumbra. La voz en el culto es de identificación y de consuelo.

 

Anunciar tu nombre a mis

hermanos; en medio de la

congregación te alabaré.

 

         Es por la participación cúltica que el hombre se reconoce como hermano y como perteneciente a la comunidad. Es participación en la vida de los otros, sobre todo cuando ellos sufren, se duelen o viven sometidos por la injusticia social.

 

Porque no menospreció ni

Abominó la aflicción del

Afligido, ni de él escondió

su rostro; sino que cuando

clamó a Él, le oyó.

 

         Allí se reconoce como persona al amado por Dios y no como objeto. Se vive la pasión por la vida y la calidez con que se acerca el corazón de Dios al corazón humano: fracturado o enfermo, vencido o desafortunado, moribundo o en el límite de las fuerzas. Dios es verdaderamente nuestro en la experiencia del dolor. En el culto, otra vez, ha de ser la expresión viva de la encarnación de Dios, que como padre va al aislado y solitario, pecador y suplicante. Va al socorro del dolorido, acecha a cada uno en lo más íntimo de sí mismo, en la punta aguda del alma, en el abismo más secreto del corazón.

 

         El que quiere pertenecer a la comunidad cúltica ha de considerar un privilegio abrazar a un extraño para desearle la bendición de Dios y agotar su vida en el amor, aunque físicamente esté muriendo. Porque el culto es el lugar donde los creyentes reviven, actualizan y celebran el gesto redentor de Dios entre los hombres. Se asiste al culto sensibles al vibrar de los corazones, atentos al momento histórico, personal, comunitario, nacional y universal para que el orden litúrgico responda a las necesidades y dirija a la comunidad una adoración plena e integral. Que la invocación surja del pueblo y desde el lamento más profundo para que al culminar en la adoración, ese corazón dolido haya experimentado en el transcurso del culto, el bálsamo perdonador y liberador de Dios que dirige al pueblo en el canto triunfal de victoria en la fe y esperanza, aún en medio del quebranto.

 

 

h. Las tensiones del culto en los salmos

El culto se vive como una experiencia que integra lo que ahora se llama “inteligencia emocional”, que consiste en despertar, unificar, cultivar actitudes y propósitos, tendientes a identificarnos con la voluntad y los planes de Dios. Esta experiencia de fe está constituida principalmente por sentimientos de admiración, apreciación, gratitud, buena voluntad, entusiasmo, lealtad y, sobre todo, amor. Y por una reflexión crítica de la realidad y una lectura de los “signos de los tiempos”.

 

         La función del culto a través de la adoración es despertar, aclarar y fortalecer nuestra conciencia de Dios y crear una actitud correcta hacia Él, hacia la vida y hacia nuestros semejantes. Ensanchar y sensibilizar los sentimientos, crear y fortalecer buenos propósitos y comparar constantemente en la meditación de la Palabra y la acción del Espíritu Santo en nuestra vida actual con la voluntad del Dios-trino, dando lugar así a sentimientos de contrición, intercesión, acción de gracias, alabanza, confianza y anhelos de vencer. Formar e intensificar la práctica piadosa y desarrollar el carácter que se expresa en el gozo y júbilo comunitario, como un amor que se brinda sin condiciones.

 

         La adoración como expresión de esta “inteligencia emocional” nos eleva a una cumbre desde la cual podemos contemplar en correcta perspectiva la vida nuestra y la de los demás, el mundo todo de Dios. En ella tenemos una visión más clara de las cosas porque las vemos en su debida relación con el Espíritu de Dios que en su infinito amor trabaja y sufre por su universo. Por ello, no cualquier lugar es bueno para celebrar el culto a Dios sino aquel punto que reúne a los peregrinos en su caminar. Lugar que une, dignifica, humaniza, crea comunidad. Es culto que se inaugura desde la caminata y “la salida” y que continua en la adoración comunitaria.

 

         En el culto se ha de mantener la expresión crítica de Dios, pero a su vez siendo bálsamo que da participación integral al ser humano, renovación espiritual y esperanza del futuro. La celebración festiva en comunión con Dios nos introduce cada vez más profundamente en el dolor de la humanidad. Cuanto más intensamente se anhela la casa de Dios, tanto más fuerte se siente la injusticia que los hombres se hacen unos a otros; cuanto más se participa en la fiesta mesiánica, más cerca se experimenta el desamparo y la autodestrucción del mundo. Este dolor nos lleva a la oración del pueblo de Dios en palabra, pensamiento y vida.

 

         Por lo tanto, en los Salmos somos invitados a alabar a Dios ciertamente con muchos instrumentos y con júbilo. Sin embargo, más importante es articular en nuestro contexto las implicaciones éticas de adorar al Señor. Ciertamente una ética personal pero también una ética social. Para muestra de una articulación basada en una ética personal tenemos el Salmo 15, que, como bien destaca Joel Sierra, comienza con una pregunta:

 

“‘¿Quién podrá habitar en el encuentro con Dios?’” Luego viene la respuesta, que podríamos desglosar en diez puntos, todos en el área de la ética. No dice nada acerca de tocar música sublime, suave, o sentida, como “de adoración”. No dice nada acerca de adoptar una cierta postura al orar o cantar, de levantar o no las manos, nada de eso. Habla de andar en integridad y hacer justicia, de hablar la verdad, de no calumniar, de no hacer mal al prójimo, ni admitir reproches contra sus vecinos. Habla de tener un criterio para dar honra a la gente: menospreciar al vil y honrar al que teme a Dios. Habla de tener palabra y cumplir los compromisos, y de usar el dinero para bendición y no para la opresión de los más débiles. Habla de no prestarse para herir al inocente”.6

 

         Y también hemos visto las implicaciones de una ética social del adorador. Como el de hacer del lugar de adoración un espacio para humanizar y para romper las barreras de exclusión. Como el de ensanchar los lazos filiales para formar parte de una familia más extensa que la familia “carnal”. Como participar en la vida de otros, sobre todo en su sufrimiento y dolor. Como el de levantar la “voz profética” para expresar la crítica de Dios a una realidad que domina y domestica a los seres humanos. Como el de celebrar anticipadamente, desafiando la realidad que se levanta como la última palabra.

 

 

i. El Dios verdadero y los ídolos (Éxodo 32)

La idolatría tiene en el Antiguo Testamento dos sentidos diferentes: uno dentro del mismo culto que se le ofrece a Dios, y el otro el que se ofrece a otros dioses. En el primer caso, Dios ha declarado “no te harás imagen”. En el segundo caso, ha declarado: “no tendrás dioses ajenos delante de mí”. Una cosa es tener otros dioses, pero otra cosa es hacer un ídolo del Dios de la vida.

 

         La prohibición de la idolatría se fundamenta en el carácter liberador de Dios. El que es liberado de la esclavitud no puede ser idólatra. Y Dios ha sacado de la esclavitud a su pueblo para que viva en libertad y adore sin ninguna mezcla de idolatría. Sin embargo, cuando Moisés sube al Monte Sinaí para pedir dirección al Señor, recién liberado el pueblo de la esclavitud y que camina hacia la construcción de una tierra de libertad. El pueblo le dice a Aarón: “Anda, haznos un dios que vaya delante de nosotros; porque este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido” (Ex 32:1).

 

         El becerro de oro no es presentado como “otro dios”, se trata de construir la sede, el símbolo de la presencia de Dios en medio de ellos. Por ello, Aarón dijo: “Mañana será fiesta para Jehová”. La perversidad del ídolo no está en su intento de materializar a Dios sino en su intento de darle otro rostro a Dios. El rostro de Dios es Liberador de la esclavitud y ellos quieren regresar a la esclavitud.

 

         El pueblo quiere un dios que vaya delante de ellos, supliendo la función de líder que cumplía Moisés. El pueblo rechaza el liderazgo liberador de Moisés y quiere que Dios ejerza directamente otro liderazgo de acuerdo a lo que ellos deseaban. Y ellos deseaban regresar a Egipto: “Quién nos diera a comer carne. Nos acordamos del pescado, que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, las cebollas y los ajos” (Núm. 11:4-5). Rechazar a Moisés es rechazar ser el pueblo de Dios. Es rechazar el proyecto liberador de Dios para sus vidas.7

 

         El pueblo cuando quiere volver atrás pretendiendo forzar a Dios para que vaya delante de ellos, pero no hacia la tierra prometida de libertad, sino hacia la tierra de la esclavitud de Egipto; no quieren un Dios que los saque de su esclavitud, sino un dios que viva con ellos en su esclavitud.8 Quieren un dios de consuelo barato que se resigne a la esclavitud de su pueblo; pero no quieren un Dios que libera, sana y salva de la esclavitud.

 

         Lo triste de todo es que el pueblo al rechazar el proyecto de Dios de un destino libre, construye un falso culto, en el nombre de Dios, pero alienante a un dios que sólo da consuelo barato y que se resigna a las esclavitudes de la gente. Por eso, cabe a la Iglesia preguntarse: ¿A quién está adorando?, ¿al becerro de oro que tiene en su interior?, ¿a la imagen que ha construido de Dios?, ¿o está adorando al Dios que la ha liberado de sus esclavitudes? Él es el Dios de la esperanza contra toda esperanza, el Dios que no tolera el miedo y que con su presencia la hace superar, para que ya no viva sometida a los dioses de esta época.

 

         Adorar a Dios en la perspectiva del éxodo es adorarle en su carácter liberador, y transformador; salvador y sanador. Adorar al dios de nuestro tamaño y medida es caer en la idolatría. Por ello, se prohíbe que hagamos imágenes del Dios verdadero, es decir, caricaturas de lo que es Dios. Y la razón es que sólo la humanidad es imagen de Dios: “Y creó Dios al hombre a su imagen: varón y hembra los creó” (Gn 1:27).

 

         Su pueblo, que conoce al Dios que se revela en la Biblia como el Dios liberador de las esclavitudes, es llamado a ser imagen de su carácter liberador, porque sólo así reflejará el carácter de Dios. Por lo tanto, la adoración al Dios verdadero se lleva a cabo con un estilo de vida anti-idolátrico. La adoración es todo el culto que le hacemos al Señor. Podríamos decir que se lleva a cabo en dos tiempos: Culto público (reunidos) y culto privado (dispersos). Y en un sentido muy real según el salmo 139, nunca dejamos de estar “en la presencia del Señor”. Nuestra adoración debe continuar aun después de terminado el culto público. La adoración verdadera es vivir la vida de rodillas frente a Dios (en actitud de reverente entrega), y de pie frente a los ídolos del mundo (en actitud de valiente desafío). La adoración es primero una actitud de vida (Ro. 12:1). Por lo tanto, la adoración es primordialmente un asunto de carácter ético; es decir, que tiene que ver con nuestro estilo de vida.9

 

         El Señor Jesucristo se enfrentó a todos los poderes idolátricos en su vida y hasta su muerte (Col. 2: 14-15). Él es el Dios de la historia, creador del universo, manifestado en carne, y que por su opción por el Reino ha rechazado todo poder idolátrico. (El poder económico como poder para acumular; el poder político como poder para dominar y someter; y el poder ideológico como poder para demostrar y tener capacidad de arrastre). Al seguirle, participamos de su lucha y entendemos que la adoración al Dios verdadero tiene mucho que ver con la ética, es decir, con el modo con que nos comprometemos a construir las señales de vida en medio de aquello que atenta contra ella.

 

 

j. En espíritu y en verdad (Juan 4:1-42)

Joel Sierra en su artículo “Adoración y contexto”, ya citado, relata el encuentro de la samaritana con Jesús. Él sostiene que cuando la mujer se apresta a pedir esa agua que Jesucristo ofrece, él le apunta a su situación actual: “llama a tu marido”. De ese modo, Joel Sierra cree que no es posible tomar el agua viva de Jesucristo sin referirse a la realidad trágica y vulnerable de la vida; es decir, es requisito indispensable poner los pies sobre la tierra para poderse relacionar con el Dios verdadero.

 

         En los tiempos de Jesús, la adoración había sido encajonada en ciertos ritos y formas tradicionales, y localizada en ciertos lugares sagrados. Esta es una tentación constante en los humanos. Aun el día de hoy existe la idea de que hay ciertos lugares más sagrados que otros; ciertos cerros o lomas, templos o santuarios donde se debe adorar. Como ya hemos visto en los Salmos, lo importante del lugar no es la geografía misma, sino el valor y significado, lo que representa y lo que refleja en el acercamiento a lo humano. Lo sagrado de un lugar no está pues en la geografía sino cuando el lugar se convierte en signo de paz, justicia, hermandad, inclusión etc.

 

         También Joel Sierra nos habla de las formas:

 

“Nuevos o viejos, los rituales y formalismos no dejan de ser sencillamente eso: formas de adorar. No podemos decir que la adoración verdadera se dé según un cierto ‘uso y costumbre’ de música, lenguaje y ritos que más nos agrade en lo personal. Se pueden hallar muchas justificaciones para nuestra forma preferida de adorar: que es ‘más sublime’, ‘más espiritual’, ‘más santa’, ...‘más histórica’. Sin embargo, por más justificaciones que encontremos, no podemos evitar la confrontación con el Maestro, que nos dice: ‘Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad’ (Jn. 4:23)”.10

 

         Toda adoración que refleje, por un lado, el verdadero rostro de Dios y su carácter liberador, y por otro, que parta de la realidad histórica de cada comunidad local, entonces podemos decir que es en “espíritu y en verdad”. Siempre y cuando los lugares sean espacios de inclusión de lo humano y las formas sean fieles a la preferencia de Dios, esto es, que refleje su verdadero rostro, su proyecto para la humanidad, su carácter liberador, y partan de la realidad histórica de cada comunidad de fe, entonces podremos decir que se adora en “espíritu y en verdad”.

 

         Hemos dicho que si adorar en “espíritu y en verdad” es adorar de acuerdo al carácter liberador de Dios, entonces se trata del Dios que afirma la vida, y del Espíritu Santo que afirma la visión de trabajar por el Reino de Dios y su justicia (de acuerdo a como Jesucristo mira la vida). Es adoración verdadera, servicio responsable y voluntario al Dios vivo y a su proyecto para con el mundo.

 

         La adoración no es el espejismo de un encuentro fugaz logrado a fuerza de subir y subir en el termómetro de la espiritualidad. No es la etapa final de un esfuerzo místico, sino la actitud agradecida al Dios que ya ha venido a nuestro encuentro en Jesucristo (Jn. 1:14). Adorar en “espíritu y en verdad” es hacerle frente al mundo con sus valores mercantilistas y violentos y no participar en sus criterios mentirosos sobre lo que es “de mejor calidad” o “más competitivo en el mercado”; porque para adorar al Dios revelado en Jesucristo, lo mejor es lo sincero, lo pobre de espíritu, lo de limpio corazón, lo que se sufre transformadoramente, lo que es para la paz y la justicia, lo que despierta el rechazo y la persecución del mundo por la causa del Señor; es decir, lo que nos permita ver al mundo como lo ve el Señor Jesucristo (Mt. 5:1-12). Dirían los teólogos de la liberación, verlo con los ojos del pobre.11

 

 

2) Acercamiento Histórico

Como hijos e hijas de la Reforma Radical, los bautistas reciben inicialmente (junto con otros grupos del mismo origen) el epíteto peyorativo de “anabautistas” o “rebautizadores”, por parte de las Iglesias establecidas. El nombre de bautista, verdadera abreviación de “anabautista” surge en Inglaterra alrededor de 1641, cuando algunos anabautistas comienzan a bautizar a creyentes por inmersión. De inmediato surgió el apodo de bautista para describir a este nuevo movimiento que no sólo bautiza exclusivamente a creyentes sino que también lo hace por inmersión.

 

         Una hojeada a la historia bautista revela que son varias las teorías o puntos de vista en cuanto al origen de la denominación. Estudios históricos más serios y mejor documentados afirman dos realidades: 1) El movimiento bautista está influenciado por la Reforma Radical, es decir, no es resultado de una mera reforma de cuño institucional, sino de una protesta popular a partir de una reinterpretación de las enseñanzas bíblicas en un contexto de convulsión religiosa. 2) Múltiples evidencias documentadas confirman que desde 1609 en adelante hubo una sucesión ininterrumpida de Iglesias autodenominadas bautistas, en coherente y persistente práctica de sus principios distintivos. Esto se reafirma y asume con el movimiento de los bautistas particulares organizados en 1641 en Inglaterra.

 

         El movimiento bautista mundial a pesar de su heterogeneidad, sostiene principios e énfasis comunes fundamentales o aportes distintivos, entre ellos los más significativos son: el Señorío radical de Jesucristo, la autoridad final del Nuevo Testamento, una membresía local regenerada, un orden democrático, absoluta libertad religiosa, separación entre la Iglesia y el estado y la evangelización como el corazón de la Gran Comisión.

 

         De las confesiones de Fe de 1644 y 1677 de los bautistas ingleses podemos definir las características fundamentales de nuestros antepasados: su integración al protestantismo en general, el alto sentido de responsabilidad social del cristiano y el sentido renovador en la liturgia y la eclesiología al proclamar la genuinidad del laicado como predicador del evangelio y confesar la legitimidad del uso de la música vernácula en la adoración a Dios, junto con los salmos y los himnos tradicionales.

 

 

a. Los bautistas en la cultura mexicana

La historia de los bautistas en México, se nos presenta como un movimiento que proviene del exterior a la sociedad y cultura mexicana, que puede trazar sus raíces históricas en el movimiento llamado “Landmarkismo”. Quiero rescatar solamente dos elementos que de este movimiento hemos heredado y que ha repercutido enormemente en las liturgias de los bautistas en México:

 

 

El individualismo bautista

Gran parte de los bautistas han sostenido el concepto teológico llamado: “La Competencia del Alma”. Término acuñado por el teólogo bautista de los Estados Unidos de Norteamérica, Edgar Y. Mullins, quien fallece en el año de 1929, pero cuyas ideas prevalecieron en su país medio siglo más, y entre un buen número de los bautistas mexicanos, hasta nuestros días. En su libro: “Axiomas de Religión”, establecía que una relación sin mediación puede ser un verdadero fin; el propósito para el cual Dios dio la competencia del alma, concebida por los bautistas como una comunión con Dios sin mediación alguna. La Biblia es indispensable para esa comunión, pero ésta no se considera un verdadero mediador. Afirmaba que la Biblia es propia, personal y no algo externo a uno mismo, como los sacramentos de Lutero. La Biblia se encuentra en el interior de uno mismo con el Espíritu Santo. Aquí, es la inmediatez del Espíritu santo lo que hace que la Biblia tenga significado. Esta afirmación tiene un elemento de aislamiento y de intensa individualización. Por eso, Mullins afirma que “lo que sabemos con mayor certeza son los hechos de la experiencia interior”.12 Así, la vitalidad de la fe bautista era su carácter personal, subjetivo y empírico. De esta manera, la experiencia de conocer a Jesús en un encuentro solitario, tiene prioridad sobre el culto público y cualquier tipo de mediación.

 

         En la Luz Bautista de junio de 1983, se publicó un artículo del historiador bautista mexicano Cosme Montemayor, donde declaraba:

 

“La competencia del alma excluye cualquier acto ceremonial o institucional que se anteponga entre Dios y el hombre; tales como el bautismo de infantes, la confesión, confirmación y las jerarquías eclesiásticas. Y más aún: también excluye la participación de padrinos en la ejecución de actos religiosos, porque esos padrinos invalidan el valor de la persona y opaca el gran significado de la competencia del alma en la religión”.13

 

         De la misma manera, el pastor Héctor Rodríguez, de Delicias, Chihuahua, escribe en la Luz Bautista de enero de 1983 un artículo titulado “La consagración cristiana”. En él declaraba lo siguiente:

 

“La consagración tiene tres pasos bien claros y delineados: 1. Ofrecer una entrega personal a Dios. 2. Llenarse de Dios con una disposición personal, y 3. Consumirse en un servicio personal a Dios. Lejos de llenarse personalmente de Dios, algunas personas se llenan de diplomas, sabiduría humana y otras vanidades”.14

 

         Pero más contundente es lo que escribe el hno. Aurelio Gutiérrez en la Luz Bautista de diciembre de 1983, que al reflexionar sobre el encuentro de Moisés con Jehová en el desierto dice:

 

“Por largos años, Moisés vivió como un proscrito en la soledad del desierto. La soledad del desierto y el resplandor del palacio del Faraón eran dos mundos contrapuestos... En el desierto, aquella luz le eclipsó, no tenía con quien compartirla, no tenía con quien dialogar. Desesperado huyó del palacio y buscó refugio en la soledad del desierto, y, después de muchos años alcanzó la cumbre en donde el aire es más puro, la brisa más delicada y la visión más amplia; en donde el alma se recrea divisando un horizonte sin sombras. Allí vio una zarza plena de amistad que invita al solitario a dialogar con Dios. Estaba sólo. El ambiente humano lo había decepcionado, ahora busca el misterio del Logos”.15

 

         Es la apoteósica soledad individualista para alcanzar la cumbre. El Jesús buscado es tanto principio como partícula en el alma del que lo busca. De allí que en la liturgia bautista sólo importe la relación vertical: yo y Dios. Pero las relaciones horizontales con nuestro prójimo no importan, pues cada quien en lo individual se presenta ante Dios para agradecerle sus bondades.

 

 

Identidad de la mujer bautista

Sabemos que en las creencias bautistas, tanto el hombre como la mujer tienen derecho, por gracia divina, a la nueva creación, al perdón de los pecados, a la incorporación a la comunidad de creyentes y al sacerdocio de todos los santos. Sin embargo, en la práctica y en las formas de reproducción de las relaciones hombre-mujer en la vida cotidiana como en la vida interior de las Iglesias, existe un extraordinario paralelismo con las formas de reproducción de las relaciones hombre-mujer en la cultura mexicana. Así, el pastor Jorge Ramírez escribía en la Luz Bautista de noviembre de 1989 una severa advertencia a todas las mujeres bautistas:

 

“Es necesario que todas las mujeres y en especial las señoritas, cubran debidamente sus cuerpos, puesto que al usar escotes pronunciados y faldas cortas, cuando ingresan al templo son ocasión de tentación de los hombres que irremediablemente fijarán sus vistas en tan desprotegidos cuerpos, causando con ello malos pensamientos y ofensa a Dios”.16

 

         En el mismo sentido, un pastor de esta denominación afirmaba en 1984 durante un sermón en la semana de la familia: “La mujer bautista debe reconocer que no puede ver (interpretar) el mundo, sino a través de los ojos del varón”. De la misma manera, Ruby Vargas escribió un artículo en la Luz Bautista de febrero de 1986 titulado: “Cómo ganar a su esposo”. Ahí, dice entre otras cosas:

 

“Trate de complacerlo en todo y al hacerlo ganará su favor. Pero lo más importante es que le inspire gozo y placer con el solo hecho de estar junto a él... La mayoría de los hombres frustrados no están así por causa de fracasos vocacionales o educacionales, sino por causa de las esposas que no los respetan lo suficiente como para someterse a ellos”.17

 

         En una liturgia bautista, la mayoría de las mujeres carecen de voz. Todo lo que ellas dicen o interpretan, todos sus propósitos, se manejan mediante el discurso indirecto. “Que la mujer calle en la Iglesia y si quiere saber algo, que pregunte a su esposo en la casa”. Parece que, como a muchas mujeres mexicanas, también a las mujeres bautistas les pasó lo mismo: “Tienen voz, pero no son dueñas del relato”.

 

 

3) Acercamiento Teológico

En cuanto al culto, cómo nos hace falta pensar más en cuanto a lo que hacemos, en cómo y porqué lo hacemos. Joel Sierra, citado anteriormente, nos dice por lo menos tres criterios para hacer un buen ejercicio teológico al adorar:

 

         1) La conformidad con el testimonio de Jesucristo en la Palabra de Dios. Es decir, que el culto refleje a la persona del verdadero Jesucristo, y no a imágenes falsas de Jesús. Además, que el culto sea una confesión pública de que creemos, según los testigos bíblicos, que Jesucristo es el Libertador, el Sanador y Constructor de nuestras vidas, el Dios verdadero, y la Vida eterna (1 Jn. 5:20).

 

         2) La conexión con la realidad. El culto debe tocar la realidad de la Iglesia local y del mundo que nos rodea. No podemos escaparnos al más allá. Hay que ver la vida y el mundo entero como lo ve el Señor, adorándole “en espíritu y en verdad”; conjugado con una lectura de “los signos de los tiempos”.

 

         3) Lo que decimos sobre Dios. No sólo el modo en que ordenamos el culto o la manera de llevarlo a cabo son afirmaciones teológicas, también la actitud con la que nos acercamos a Dios refleja nuestro entendimiento sobre él mismo: si es que le venimos a adorar, o sólo a adular.18

 

 

a. Hacia una Teología litúrgica

Hay una relación estrecha entre teología y liturgia. La primera es la inteligencia de la fe. La segunda es la celebración de la fe en gestos, palabra, cantos, testimonios, oraciones, ritos y símbolos. Sin expresión litúrgica, sin celebración agradecida al Dios de la Vida que se nos ha dado por gracia, la reflexión teológica se convierte en sistema abstracto, dogma, dato frío.

 

         Teología litúrgica, son realidades unidas: inteligencia de la fe que se celebra. Así, liturgia y teología se intercomunican, se complementan y enriquecen para dar una teología litúrgica. Esta es una disciplina que no busca explicar solamente el Misterio sino celebrarlo.

 

         Estas dos se relacionan gracias a la memoria, presencia y proyecto. Arraigados en nuestra historia personal y comunitaria, entendemos la fe como memoria histórica. Así se ha de creer con todo el corazón pues no se trata de un recuerdo nostálgico ni de un recuerdo deshistorizado, mucho menos de una práctica ritual estereotipada. Se entiende la esperanza como la construcción de un futuro con proyectos de vida, y por ello se celebra anticipadamente la promesa. Y también se entiende el amor como la construcción de un pueblo que se hace presencia en la vida de los demás. Entonces se celebra la memoria, la promesa y el compromiso de un pueblo que ni se institucionaliza ni se burocratiza.

 

 

b. Celebración de la fe

La fe hay que celebrarla; sin celebración la fe está muerta. Junto con la libre aceptación del don, “Creer en tu corazón” (Rom 10:9), y la proclamación, “Si confesares con tu boca”, la vida de la fe se alimenta de la celebración. La fe se acepta, se proclama con presencia y se celebra. Si no se celebra la fe se hace doctrina. Y como la fe se construye de memoria, entonces se celebra como un recuerdo subversivo. Tiene razón Juan José Tamayo cuando escribe:

 

“La destrucción del recuerdo es una medida típica de la dominación totalitaria, que recurre a borrar toda huella del pasado para eliminar, así, la identidad cultural de los pueblos sometidos y cercenar las aspiraciones a la libertad inscritas en la historia de las colectividades humanas. Cuando al ser humano se le priva de sus recuerdos, se inicia su estado de esclavitud”.19

 

         Pero, ¿qué es la memoria? En el sentido bíblico, no es la simple evocación de algo sucedido en el pasado, ni posee el tono añorante que con frecuencia suele darse a la memoria. Más que recordar en el sentido de añoranza, hacer memoria significa re-avivar, re-vivir, traer a la memoria es hacer presentes los acontecimientos liberadores de la historia de nuestras vidas.

 

         Hacer memoria constituye un puente de comunicación entre el pasado y el presente, se caracteriza por la actualización del pasado que se torna en el presente y nos hace una llamada para actuar aquí y ahora. También en la memoria, no sólo importa la manera de cómo recordamos, sino las implicaciones actualizantes, es decir, las acciones concretas que llevamos a cabo. Un ejemplo de este impulso es el relato que hace el libro del Génesis en el cap. 40 sobre la prisión de José en Egipto. José interpreta los sueños del copero y del panadero del rey, encarcelados con él. Al copero le predice que, tras abandonar la cárcel, volvería a ocupar el puesto del que fue desposeído. Tras la predicción, le dice: “Sólo te pido que te acuerdes de mí cuando te vaya bien; hazme el favor de hablar de mí al faraón, para que me saque de esta prisión” (v. 14). Sin embargo, continúa el texto, “el copero no se volvió a acordar de José, sino que se olvidó de él” (v. 23).

 

         Aquí recordar no es un simple acto de memoria, sino que exige llevar a cabo una acción efectiva a favor de José: interceder ante el faraón para que lo sacara de la cárcel. El olvido del copero no es una simple pérdida de memoria, sino dejar de actuar, no hacer nada por el otro.

 

         Otro ejemplo sobre cómo hemos de usar la memoria se encuentra en la celebración de la Pascua, día memorial, que hace presente y aviva el acontecimiento fundante de la historia de Israel, el Éxodo, la liberación de Israel de la opresión faraónica. El libro del Éxodo explica el significado de la celebración de la pascua, que los judíos habrán de celebrar cada año: “Ese día explicarás a tus hijos: ‘Hacemos esto para recordar lo que hizo por mí el Señor cuando salí de Egipto. Este rito será para ti como una señal en tu mano, como memorial ante tus ojos, para que tengas en tu boca la ley del Señor; porque el Señor te sacó de Egipto con mano poderosa’” (Éxodo 13:8-10).

 

         Este memorial genera la actualización y hace un puente entre quienes fueron liberados entonces y los que lo celebran posteriormente. La celebración pascual no es un rito rememorativo sin más. Quienes participan en él entran en el mismo mundo de los liberados de antaño, re-viven su historia y hacen realidad en ellos tanto las experiencias de sufrimiento como el acontecimiento liberador que conmemoran. Hacer memoria así no es un acto de idealización del pasado. Lo que se hace es más bien, movilizar las fuerzas entumecidas del pasado y activarlas en el aquí y el ahora para que den los frutos de liberación. No se contenta con recordar lo que entonces sucedió, sino buscamos extraer toda la fuerza liberadora escondida en la historia humana.

 

         Pero entiéndase bien, no recordamos nuestros sufrimientos porque nos gusta ser sádicos, sino porque queremos que no se repitan ni en nosotros ni en las futuras generaciones. Por eso, siempre al recordar los sufrimientos recordamos también los actos liberadores de nuestro Dios, que nos impulsan para construir un futuro más digno y más pleno. Cuando hacemos memoria liberadora, nuestra fe se actualiza. Entonces la Palabra del Señor es un constante memorial que nos recuerda nuestra relación con Él y nuestra deuda de gratitud en medio de nuestro prójimo. De lo que se trata es de revisar los diversos tipos de hacer memoria. Hay una memoria vital, auténtica, creativa, dinámica; y hay otro tipo de recuerdo paralizador, esterilizante, que ciega y embota. De lo que se trata es separar la memoria creativa del recuerdo esterilizante, para podernos lanzar hacia lo nuevo.

 

         Hay un tipo de recuerdo que se apodera del ser humano, en lugar de que el ser humano se apodere de él. Y cuando lo primero sucede, se entrega maniatado y sumiso a esa memoria, quedando paralizado y carcomido por ese recuerdo. Así, unos recuerdan una experiencia mala, no para sanarla sino para reactivar el resentimiento, para reiniciar la guerra, para violentarse contra quien se deje. En el lado opuesto, otros recuerdan que la experiencia pasada fue lo mejor y les provoca pura nostalgia, es decir, quedan paralizados para el presente.

 

         Un ejemplo muy clásico es cuando vemos a las estrellas de cine arrugadas por los años, sin brillo en el presente y con ausencia de futuro, cuya única ilusión consiste en encerrarse en los salones del recuerdo, en lugar de vivir. Es el culto al recuerdo. Es una nostalgia que nos saca del presente para colocarnos en los museos del pasado. Y esa actitud es paralizante: ni actividad ni esperanza. Unos dicen: “bueno, esa actitud se la pasamos a los viejitos, que sean ellos que vivan del pasado”. Pero la Biblia tampoco acepta esta actitud para ellos, pues dice: “Vuestros ancianos soñarán sueños” (Hechos 2:17). Es decir, tendrán visión y actitud de futuro.

 

         Pero la memoria que proviene de la fe y que estamos promoviendo, permite enfrentarse con el presente. Reconciliados con él y ponerse en marcha gozosamente hacia el futuro. Tener un pasado es tener un punto de apoyo. El que vive así recuerda las maravillas de Dios y espera confiado: como pasamos el mar rojo, pasaremos todos los mares que se nos pongan enfrente.

 

         Porque la historia no ha terminado y a Dios le quedan muchas cosas por hacer con su pueblo. Dios no es una cita en el pasado; es en el futuro donde tenemos una cita con Dios. Hay un presente y un futuro para cada miembro de la Iglesia. Somos camino a medio hacer. Por eso no podemos distraernos, ni por un pasado mejor ni por un pasado doloroso, porque entonces no percibiremos que algo nuevo está naciendo entre nosotros. La Iglesia no ha terminado. En el culto ha de brotar la vida en nuevas manifestaciones. El que camina ensimismado en sus recuerdos puede destruir esa nueva vida que nace. El cristiano es un ser abierto a la esperanza. Quedan muchos caminos por hacer. El futuro va a ser más glorioso que el pasado.

 

         Otra posible escapatoria para justificar la renuncia a la esperanza de lo nuevo, consiste en rechazar eso nuevo con expresiones de hastío y mal humor como éstas: “Lo de siempre”, “siempre lo mismo”, “ya estoy harto/a de oírlo”. Con éste juicio queda el ser humano blindado contra toda desesperanza. La fe no puede tener una actitud de resistencia a la esperanza, más bien, tiene que empezar su praxis demoliendo los obstáculos.

 

         Hay que mencionar otro factor que paraliza la fe y entorpece la esperanza: el sufrimiento y fracaso. El fracaso puede bloquear el camino de la esperanza y rechaza la fe en las promesas. Los dos de Emaús son buen ejemplo de esta situación existencial después de un fracaso: “Sí, creíamos, esperábamos que iba a establecer el Reino de Dios, pero resulta que... fracasó. Ahora tenemos que resignarnos a vivir de los recuerdos de una persona buena”. Y la corrección dura es esta: “que necios y torpes de corazón para entender las Escrituras”. Porque hay que saber incorporar las experiencias de fracaso y los sufrimientos como componentes de la fe y de la esperanza. Por el fracaso se puede llegar a la victoria, como por la muerte se puede llegar a la vida. El que logra dar ese paso tiene fundamentada su fe y proyectada su esperanza.

 

         En Isaías 53 se habla de un hombre que muere y triunfa con su muerte. Hasta la muerte y no antes. Pero él triunfa más allá de la muerte, ve la luz y surge un gran pueblo. Ha quedado derribado el gran obstáculo, porque el fracaso hasta la muerte ha quedado incorporado al proceso. Y si se logra incorporar al proceso de hacer un pueblo, entonces el sufrimiento y la muerte, la limitación y la pobreza, puede triunfar la fe y la esperanza: son su victoria. Es por eso que Isaías 53 termina con una gran esperanza. Y en Jesús de Nazaret se concretiza esa esperanza. ¿No tenía que morir? Qué torpes y necios. Es necesario entrar por ese túnel, cruzar el mar rojo para ganar la otra orilla, la de la libertad.

 

         Como ya hemos visto en los Salmos, las experiencias dolorosas no son elementos para vivir resignados o duros de corazón, sino que se conviertan en signos de esperanza. Entonces nos abrirnos a la esperanza de construir un pueblo que nace en medio del dolor, del sufrimiento y aún del fracaso. En el culto hay que recordar de una manera creativa y dinámica, como fuerza que nos lanza hacia lo nuevo, con visión y actitud de futuro.

 

 

c. Celebración de la esperanza

Al contemplar la vida del ser humano contemporáneo, una de las cosas más preocupantes y sombrías es la pérdida de la esperanza. La terrible realidad que nos aqueja, la insuficiencia del progreso para resolver los problemas más necesarios, y la incertidumbre que todos tenemos ante el futuro, están haciendo nacer un hombre/mujer sin metas ni referencias, espectador pasivo de la historia, buscador de su propia seguridad, individualista e insolidario, un ser humano en el que se dibujan los rasgos de la desesperanza.

 

         Hoy más que nunca hemos de recordar que la Iglesia de Jesucristo tiene en medio de la historia la responsabilidad de la esperanza. Nuestra primera tarea es despertar la esperanza. Y si la Iglesia no tiene fuerza para generar esperanza en el mundo, está defraudando su misión. De ahí la necesidad de reconstruir con vigor la esperanza cristiana entre nosotros. Esta construcción se inicia cuando se celebra para fortalecer la esperanza y nuestro compromiso con el proyecto del Reino. El recuerdo del acontecimiento salvífico se renueva y se actualiza hacia el futuro. Se trata de ir hacia delante. El pasado prueba que Dios es fiel y cumple su palabra, por ello también su actuación en el pasado es garantía de su actuación salvadora en el aquí y ahora. Entonces, la memoria nos llama hacia delante, hacia el futuro histórico, hacia un tiempo venidero. El Dios que se manifestó en Jesucristo siempre es provocativo, esto es, llama hacia adelante.

 

         Se celebra la esperanza ante muchas personas que hoy están sometidas a un sin fin de consecuencias de actos que deshumanizan, creyendo que ya nada los puede sacar de ese fatalismo. Muchos hasta se culpan del “pasado” como si esto determinara su presente, y ya no se dedican a construir un futuro esperanzador para sus vidas y para los demás. Por lo tanto, hay que hacer liturgias liberadoras que sepan romper los ciclos desesperanzadores para reconstruir el futuro en fiesta de vida.

 

         Ante todos los que se preguntan ¿Es posible construir o despertar la esperanza en un marco donde la última palabra la tiene los fracasos y las injusticias? ¿No hay palabra de esperanza para aquél que vive bajo las consecuencias de estos actos? Somos llamados a construir la esperanza aún en medio donde hay fracaso e injusticias. Y se construye la vida desde la libertad echando mano del recurso de la esperanza, donde la vinculación comunitaria pueda superar nuestra capacidad o no de responder a las obligaciones y derechos que dichas relaciones puedan conllevar. Las liturgias deben estar ante un horizonte más allá de lo imaginable. Si se ubican en la fatalidad de la correlación entre las acciones y las consecuencias (como nos muestran los dos primeros actos de la parábola del hijo pródigo y como nos lo hace ver la experiencia cotidiana), la fiesta que el padre prepara por el retorno del hijo es un golpe a esta dura realidad. Porque en Dios, la existencia degradada se convierte en existencia posibilitada. Y esto es lo que el pueblo de Dios ha de saber celebrar.

 

         Ante una existencia que ha perdido su lugar (la casa), que ha perdido su propio ser (ya no soy digno de ser tu hijo), y que ha perdido la esperanza (trátame como a uno de tus siervos), sale al encuentro el recibimiento desbordante que hace el padre. La fiesta aparece como una apertura para el ser desarraigado. La fiesta aparece como una nueva situación marcada por la alegría. El final festivo se entiende como la llegada de un tiempo nuevo, un nuevo comienzo. Es una vida que cuenta con el futuro y permite por ello la alegría en el presente. Las liturgias han de sostenerse en este principio que nos muestra esta parábola. La protesta del hijo mayor es la objeción de lo real contra lo posible. Es la protesta en nombre de ese principio que considera inevitable la condena del hijo pródigo. En Dios ya no podemos interpretar nuestra vida tan sólo como consecuencia de nuestros actos. En Dios, interpretamos nuestra vida como una fiesta, un nuevo comienzo que posibilita nuestra vida para vivirla en alegría y plenitud. Que nadie le diga al pueblo creyente que ya está marcado por esta dura realidad, que nadie le diga que está marcado por el poder de lo pasado. Por eso, ante la alegría festiva que irradia del diálogo entre padre e hijo, la oposición del hijo mayor resulta absurda, superflua, improcedente, y el argumento que se le da es simple y sencillo: “había que celebrar esto con un banquete y alegrarnos”.

 

         Mientras que la realidad nos defina en base al rendimiento, al hacer y a las consecuencias de nuestros actos, en el culto se ha de invitar al pueblo a entrar a la fiesta de Dios afirmando que hay una verdadera posibilidad para la vida. Si hay alguien que apenas puede esperar algo del futuro, el culto como fiesta de Dios ha de manifestarse para infundir esperanza. Esta es una promesa de esperanza que apela al poder del amor. Nosotros hemos de saber que sólo puede superarse el poder de lo real si nos amparamos al amor de nuestro Dios. Es por medio de su comunidad de fe que hay que hacer fiesta a todos aquellos y aquellas que están desesperadas, convirtiendo su vida en un nuevo horizonte de su realidad. Si Dios nos acoge otorgándonos la esperanza de vivir; entonces todos los que celebren liturgias esperanzadoras podrán celebrar ahora, en el presente, porque tienen el futuro de su lado.

 

Continuará . . .


© Fraternidad Teológica Latinoamericana www.fratela.org

Revista electrónica Espacio de Diálogo, (Fraternidad Teológica Latinoamericana)

núm. 2, abril del 2005, www.cenpromex.org.mx/revista_ftl  


 

NOTAS



* Mexicano, bautista. Rector de la Comunidad Teológica de México, profesor de teología pastoral y pastor de la Iglesia bautista Jerusalém en la ciudad de México.

[1] Trabajo presentado por Joel Sierra llamado Adoración y contexto, Monterrey, México, manuscrito, mayo de 1996, p. 2.

[2] Marcos Witt, Adoremos, Miami, Betania, 1993, p. 38.

[3] Aimee Wallis Buchanan and team. All That We Are: An Arts Worship WorkBook, 1999, p. 6-7.

[4] Joel Sierra, llamado Adoración y contexto, op. cit., p. 2.

3 Cassese Giacomo, Jesús constructor de comunidad: de la ideología del templo a la praxis del reino de Dios, Northern Baptist Theological Seminary, USA, manuscrito, junio de 1999.

4 Beauchamp Paul, Los salmos noche y día, Madrid, Ediciones Cristiandad, 1980, p. 87.

[5] Harvey Cox. Las fiestas de locos (Para una teología feliz), Madrid, Ediciones Taurus, 1972, p. 41.

5 Jurgen Moltmann, Sobre la libertad, la alegría y el juego, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1972, p. 70.

6 Joel Sierra, Adoración y contexto, op. cit., p. 3.

7 Richard Pablo, “Nuestra lucha es contra los ídolos. Teología Bíblica”, en La lucha de los dioses, Costa Rica, Editorial Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1989, p. 13.

8 Ibid., p. 14.

9 Joel Sierra, Adoración y contexto, op. cit., p. 11.

10 Ibid., p. 12.

11 Ibid., p. 13.

12 Edgar Y. Mullins, Axiomas de religión, Casa bautista de Publicaciones, El Paso Texas, 1948, p. 53-62.

13 La Luz Bautista, (México, Revista de las Iglesias bautistas de la CNBM), junio de 1983, p. 13.

14 La Luz Bautista, (México, Revista de las Iglesias bautistas de la CNBM), enero de 1983, p. 8.

15 La Luz Bautista, (México, Revista de las Iglesias bautistas de la CNBM), diciembre de 1983, p. 21.

16 La Luz Bautista, (México, Revista de las Iglesias bautistas de la CNBM), noviembre de 1989, p. 6.

17 La Luz Bautista, (México, Revista de las Iglesias bautistas de la CNBM), febrero de 1986, p. 17.

18 Joel Sierra Cavazos, Adoración y contexto, op. cit., p. 7.

19 Juan José Tamayo-Acosta, Hacia la comunidad. 3. Los sacramentos, liturgia del prójimo, Editorial Trotta, Madrid, 1995, p. 152.