La necesidad de recuperar el pasado

(Mensaje a la nueva generación de historiadores)

 

Arnoldo Canclini*

 

 

Nuestra historia evangélica en América Latina ha dejado de ser algo reciente contada por textos que sólo alcanzaban el grado de crónicas. Con un siglo o más de historia, dependiendo de cada país, estamos ante un cuadro de tres o cuatro generaciones de evangélicos nacidos en estas tierras. Por lo común, ese es el tiempo requerido para que las familias o los pueblos empiecen a preguntarse por sus raíces. Por ejemplo, en la Argentina, donde casi todos somos nietos o bisnietos de inmigrantes, sólo ahora la gente quiere saber de qué parte de Italia, de España, de Alemania, o lo que fuere eran sus abuelos. Y por lo común ya es tarde. Ellos se han muerto o han perdido la memoria. Sus hijos ¾nuestros padres¾ no se preocuparon por preguntarles por su pasado y éste parece que se ha ido.

 

         Otro tanto ocurre con el pueblo evangélico. Apremiados lógicamente por ganar el presente y el futuro, olvidamos que inexorablemente nuestras raíces están en el pasado, entre otras cosas para obedecer al Apóstol y no ser llevados por cualquier “viento de doctrina”. Por ejemplo, estar unos minutos en la habitación de Lutero, en el castillo de Wartburgo, mientras a lo lejos se oía cantar “Castillo fuerte” ¾donde alguna vez estuvo mi abuelo¾ me ratificó mi condición evangélica.

 

         Hay necesidad de una historia seria, documentada y minuciosa, a la vez que interpretada filosóficamente. Al mismo tiempo hay necesidad del relato menudo, la anécdota, el recuerdo de los comienzos difíciles, que quizá no tenga el rigor científico que anhelamos los que nos creemos profesionales. Debemos alentar a los que apenas si pueden registrar memorias y a los que son capaces de hilvanarlas en una concatenación rigurosa, que describa el sentido de todo aquello. De ese modo, iremos viendo cómo Dios se ha movido maravillosamente en este continente.

 

         Las dificultados son obvias. Tal vez las más graves son subjetivas. Todo escritor es un ser solitario, que ha menudo sólo dialoga con Dios y cuya tarea siempre es considerada segunda a la predicación. Más serio aún es con el historiador, que en todas las esferas sociales no es hoy el más reconocido. Sin embargo, cumple una labor esencial e ineludible desde los tiempos de Moisés y Heródoto. Si reconocemos que tenemos un Dios en Cristo que es el mismo ayer como hoy y siempre, es pecado despreciar el ayer y permitir que se desvanezca. Baste el mismo ejemplo divino con su gran porción de historia.

 

         A la vez, en esta carrera somos más que nunca herederos de otros. Algunos podemos hablar no sólo del medio siglo cumplido personalmente, sino de lo que hicieron nuestros mayores. Pero sólo ahora hay la posibilidad de que ese curso adquiera un valor metodológico que lo haga permanente. Con esas nuevas armas, hay que ir registrando el presente y reinterpretar el pasado, antes que el futuro nos lo reclame. Lo seguiremos haciendo a solas quizá, tal vez sin ver siquiera que se nos publica, pero dejaremos una herencia para otros; y en el reino de los cielos es necesario aprender a sembrar para que otros recojan. En América Latina, llena como todo el mundo de congresos, en el ámbito evangélico nunca ha habido uno de escritores y muy pocos de historiadores. No importa. El Señor de la historia conoce nuestra tarea ¾que es su mandato¾ y él se complacerá de que la cumplamos.

 


© Fraternidad Teológica Latinoamericana www.fratela.org

Revista electrónica Espacio de Diálogo, (Fraternidad Teológica Latinoamericana)

núm. 2, abril del 2005, www.cenpromex.org.mx/revista_ftl


 

NOTAS



* Historiador argentino, bautista. Miembro de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina. Mensaje escrito con motivo de la formación de la Comisión de Historia de la FTL.